¡Ah, San Valentín! Amor, buenos deseos, palabras empalagosas, corazones por aquí y por allá… Love is in the air, que canta John Paul Young. ¡Qué día tan bonito…! El que escogieron Al Capone para liquidar a una banda rival y los ciudadanos de Estrasburgo para quemar vivos a cerca de 2.000 judíos. 2.000, ojo. Mismamente. Así que, ¡viva San Valentín!
Lo de Al Capone se veía venir, aunque lo de Estrasburgo también, para qué vamos a mentir. Lo primero fue a cuenta de la bebida. Ley Seca y todo eso, ya sabéis; que en Chicago corría el alcohol por los locales clandestinos lo mismo que la sangre por un quítame allá esas pajas. Y claro, que hubiera enfrentamientos entre bandas rivales por el negocio era como ver reñir a los gatos por la noche. Habitual, vamos. Pero la que montó Al Capone sentó un precedente, porque el tipo dijo que ni de coña pensaba compartir el negocio con nadie. Que para él solito.
Por entonces, hablamos de 1929, el negocio del alcohol en Chicago lo controlaban dos bandas: la de John Torrio (mentor de Capone) y la de Dion O’Banion. Resulta que en una ocasión previa, el segundo estafó al primero en la venta de un inmueble, así que Torrio se lo llevó por delante. Tonterías, las justas. Un tal Bugs Moran sucedió a O’Banion. Torrio, viendo el percal, decidió marcharse de la ciudad y dejar el negocio en manos de Capone. Total, que aquella mañana de San Valentín de 1929, a eso de las diez y media, y mientras los hombres de Moran recogían un cargamento de alcohol en la calle North Clark, se vieron sorprendidos por una patrulla de policía seguida de un coche no identificado. Los hombres de Moran se mosquearon más que un pavo en Navidad, porque días antes habían pagado lo suyo a la policía para no tener problemas; que no lo eran: eran tipos de la banda de Capone disfrazados. Y los frieron a tiros. Siete integrantes de la banda de Moran la palmaron y éste se salvó porque llegó tarde. Al ver a los presuntos policías allí prefirió esconderse en una cafetería desde donde escuchó la ensalada de disparos.
Ahora, lo de los judíos. También en San Valentín, pero el de 1349. Europa medieval, para situar la acción. Los judíos progresando, buenos negocios y tal, y los demás mirándolos con envidia, deseándoles lo peor. En Estrasburgo no iba a ser menos la cosa. Cuando llegó la peste negra, que arrasó buena parte del continente, ¿a quiénes se echó la culpa? Blanco y en botella. Al ser los menos afectados —su práctica moral religiosa les prohibía ciertos excesos, así como su adhesión a leyes dietéticas los salvaguardaron contra la peste—, la población de Estrasburgo vio que allí había gato encerrado. Que por qué ellos morían a cascoporro y a los judíos no les pasaba nada o casi nada. Estaba claro: eran los propagadores de la peste. Así que el día de San Valentín de 1349, 2.000 de ellos fueron quemados vivos por considerarlos propagadores de la plaga.
¡Y que viva San Valentín!