El bañador de Fraga

¿Quién no ha visto alguna vez las imágenes de Fraga pegándose un baño en Palomares, Almería? Esa figura, ese pedazo de bañador. Tan despreocupado, tan feliz como una perdiz. De talle alto, inabarcable —el bañador, digo—. Bañito en compañía del embajador de EE. UU. en España, que aquí no pasa nada, que el agua está muy rica, y tal. Tal que el 7 de marzo de 1966; que a saber cómo estaría el Mediterráneo como para pegarse un baño.

Ahora, eso de que allí, en Palomares, no había pasado nada… Pues como que no. Retrocedamos hasta el 17 de enero del mismo año, cuando un avión cisterna y un bombardero nuclear de la fuerza área de los EE. UU. se perdieron a eso de diez mil metros de altura y cayeron en el fondo del mar, matarile. En el Mediterráneo, en la provincia de Almería, al pie de Palomares. Cuatro de los siete tripulantes del bombardero la palmaron como consecuencia del accidente, pero con ser las vidas humanas ya de por sí una tragedia, lo peor fue lo otro. Y lo otro eran cuatro bombas termonucleares con una potencia sesenta y cinco —65 en número, que resalta más— veces mayor que las que dejaron Hiroshima y Nagasaki como un solar. Ninguna estalló, ni tampoco causó daños el fuselaje de los aviones, que cayó al suelo al igual que aquellas bombas.

¿Qué pasó? Silencio. Pero silencio de verdad. La época —España de Franco—, el momento —luna de miel entre ambas naciones tras el estreno del acuerdo que los convertía en amigos para siempre una década atrás— y el hecho —la caída de las bombas. Termonucleares. Ahí es nada— no eran como para que allí se plantaran cámaras de televisión, prensa de todo tipo y carpas para emitir en directo las horas que hicieran falta para alimentar a la audiencia. Igualito que ahora.

Silencio absoluto, pues. Y secretismo, todo el del mundo para encubrir y ocultar la limpieza de los restos de las dos bombas que se rompieron —sí, crack— al impactar contra el suelo, dejando tras de sí un reguero de plutonio y toda clase de sustancias peligrosas para el ser humano y el medio ambiente.

¿Qué queda de todo aquello? Fraga con su bañador retozando en aguas del Mediterráneo, imágenes que se difundieron urbi et orbi a través del NO-DO y que nadie olvida; con el objetivo de que la población de Palomares y sus alrededores no se asustara —«¡y qué rica está el agua», se puede leer en la cara de don Manuel—, y tampoco se resintiera el turismo, en plena fase de lanzamiento —«¡y qué bonito es bañarse en el Mediterráneo!», se puede leer en la cara de Don Manuel.

Pues eso.

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