Shizo Kanakuri

¿Habéis corrido alguna vez un maratón? No, padre. Normal. ¿Sí? Pues felicidades, desde luego; que no es algo que esté al alcance de todo el mundo.

Que se lo cuenten a Filípides, que la palmó por correr uno sin saber que lo que estaba corriendo  —una buena pechada. Desde Maratón a Atenas para pedir ayuda a los atenienses— iba a llamarse como el lugar de partida de aquella carrera. Así que costar, cuesta. Que se lo cuenten a Shizo Kanakuri si cuesta, que tardó casi 55 años años en acabar uno.

55, sí.

Resulta que aquel atleta japonés participó a sus veinte años en el maratón de los Juegos Olímpicos celebrados en Estocolmo en 1912. Vale que es Estocolmo, pero entre que ese día al Lorenzo le dio por calentar de cojones —30 grados según las crónicas—, que a los atletas los metieron por unos caminos que daba cosica verlos, y que tampoco la ropa y las zapatillas que vestían eran muy allá, de los 68 participantes que lo iniciaron llegaron a meta 35 como buenamente pudieron. Un portugués, Francisco Lázaro, ni eso: le dio un golpe de calor, le mandaron para el hospital, y al día siguiente se fue para al otro barrio. Estocolmo, el infierno sobre la tierra. Da para título de película de esas que te calzas un sábado o un domingo en la sobremesa para que la siesta sea más placentera.

El primero de todos aquellos valientes fue un sudafricano aunque nacido en Europa, Kennedy McArthur. A diferencia de los demás, no se detuvo a pesar del calor y ganó. De cajón. Su tiempo, un récord de la época: 2.36.55.

¿Y el tal Shizo Kanakuri?

Ni acabó la prueba, ni tampoco se tuvo constancia en su momento de que se hubiera retirado. Y eso que llegaba a Estocolmo como uno de los favoritos. Meses antes, se marcó 2.32.45. Récord del mundo. Pero como no se midió la distancia recorrida de manera oficial, se quedó sin él.

¿Entonces?

La cosa ya empezó mal, porque el colega tardó tres semanas, tres, en llegar a Estocolmo. Para mantenerse en forma, lo mismo corría por el pasillo de un tren que por la cubierta de un barco. Pero fue llegar a Estocolmo y le cayeron las hostias por todos los lados: que si no le gustaba la comida sueca —estaba acostumbrado a la suya, y ya—, que si no bebía durante la carrera, y aquel día el Lorenzo apretó como pocas veces sobre Estocolmo.

En plena carrera, extenuado y deshidratado, al pasar por delante de una casa donde se estaba celebrando una farra —sueca. No vayamos a exagerar—, pidió algo de beber. Una hora después, ya repuesto, empezó a decir que a dónde iba a ir, que qué vergüenza, que qué escarnio. Él, un japonés.  Así que se largó para casa sin decir ni mu ni tampoco informar a la delegación japonesa, ni mucho menos a los organizadores de los juegos. 

Lo mejor del asunto es que Kanakuri siguió compitiendo, acudió a los Juegos Olímpicos de Amberes de 1920 y a los de París de 1924, donde también tuvo que retirarse antes de acabar, pero en Estocolmo todavía se le seguía dando por desaparecido. Total, que pasado el tiempo, el Comité Olímpico de Suecia decidió cambiar su situación de desaparecido por la de retirado. 

Y ya.

Pero no.

A finales de los años sesenta del siglo pasado, unos dicen que fue un periodista sueco que dio con él en la ciudad japonesa de Tanama y otros un grupo de empresarios suecos que buscaban fondos para los atletas olímpicos que iban a participar en los juegos de México de 1968. Lo que cuenta es que le convencieron para acabar lo que no terminó. Con 67 palos, Shizo Kanakuri finalizó el maratón de Estocolmo con un tiempo de 54 años, 8 meses, 6 días, 5 horas y 32 minutos.

Por cierto, que se puso a criar malvas a los 92 años y se le considera uno de los padres del maratón en Japón.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *