Para empezar, Felipe II la palmó a los 71 años en 1598. Carlos, a los 58 en 1558. O sea, que el hijo vivió más que el padre. Entonces, ¿esto de qué va?, te estarás preguntando. Pues de que Felipe quiso que lo enterraran como a su padre. No de la misma manera, misas para acá y para allá, que si llantos, repiques de campana, etc. No. Igual que él, cómo y de qué manera lo metieron en el ataúd y ale, a descansar, que tiempo vas a tener.
Felipe II murió a los 71 años, aunque cosas chungas alguna tuvo. Por ejemplo, gota como su egregio padre; que empezó a darle la lata cuando ya le habían caído treinta y seis palos —al padre fue mucho antes—. Conforme pasaron los años la cosa se puso más chunga para él por culpa de esa dichosa enfermedad, y se vio obligado a desplazarse en una silla que le fabricaron ex profeso porque no era capaz de tenerse en pie.
Entre eso y que en sus últimos años de vida raro era el día que no le regalaban alguna desgracia procedente de sus muchos territorios, empezó a pensar en la muerte. Que viene, que viene, ssshh, ssssh. El remate fue que la palmara su adorada Catalina Micaela un año antes de irse él para el otro barrio. Lo hizo en Italia a causa de un mal parto -antes ya había traído al mundo otras nueve criaturas—, porque Juana de Saboya —así le pusieron de nombre— cascó nada más nacer.
Se dice que la muerte de Catalina Micaela hizo pensar al padre qué narices pinto yo aquí ya, viudo cuatro veces y sin una alegría que llevarme para el cuerpo. En consecuencia, señor llévame pronto, pero antes deja que me asesore un rato y vea cómo quiero que me entierren.
Aquí es donde entra en escena su padre, el emperador Carlos v. Muerto en 1558, insisto. ¿Qué y cómo hizo Felipe II para saber cómo había sido enterrado su padre, de qué manera lo habían metido en el ataúd y con qué mortaja? Abriéndolo. Así de sencillo. Cuenta el periodista Javier Ramos en su libro “La España Sagrada. Historia y viajes por las reliquias cristianas” que Felipe II dejó claro cómo quería ser enterrado. Para ello, ordenó que se abriera el ataúd de su padre para comprobar en qué forma estaba amortajado y su postura dentro del féretro.
Tal y como también fue él enterrado.