Esas cosas de la vida. Ahí lo tenéis, al maestro Leonard Cohen invitándonos a bailar hasta el final del amor.
«Baila conmigo por tu belleza sonando un ardiente violín / Baila conmigo a través del pánico hasta que esté seguro en él / Elévame como a una rama de olivo y sé la paloma que me lleve a casa. Baila conmigo hasta el fin del amor / Baila conmigo hasta el fin del amor».
Una canción romántica, ideal para marcarse un agarrado o un baile con la cabeza en el hombro del ser amado mientras la música los lleva adonde sólo ellos dos saben con el vehículo que es la música y la voz profunda del maestro; como aquellos dos octogenarios a los que una vez me referí, que marcaban el paso según los compases de la canción, quienes se daban las gracias mutuamente por tanto amor durante tanto tiempo. Para qué decir nada cuando las miradas y una canción dicen tanto.
Ahora, reparad bien en la letra, especialmente en sus tres primeras frases: un ardiente violín, baila conmigo a través del pánico, elévame como una rama de olivo. De romántico tienen poco, ¿a que sí? En efecto. No es una canción romántica sino un homenaje a los millones de judíos asesinados durante el holocausto nazi; esos violines que tocaban violinistas con manos trémulas, con un fusil amenazante recordándoles que dejar de tocar significaba pasar a engrosar la cola de aquellos a los que, camino de la cámara de gas, amenizaban en sus últimos minutos de vida; asesinados en masa mientras, fuera, unos violinistas se descomponían por dentro llorando por la insensatez del momento. Por todo.
Canciones para recordar lo que fuimos y nos empeñamos en volver a ser a pesar de haberlo sido.