De Valladolid —Santervás del Campo— salió un tipo llamado Juan Ponce de León con ganas de aventuras. Que vivió, y muchas. Para empezar, su ascendencia noble le permitió entrar en la corte de Fernando el Católico —madre de Juana y abuelo del emperador Carlos— como paje. Luego vinieron las aventuras de verdad, las que curten, las que mola vivir y no eso de escuchar a juglares o tirarte las horas muertas deseando meterle una cuchillada al plomazo que toca el rabel una y otra vez.
La primera de aquellas aventuras fue la conquista de Granada, donde participó y vio cosas que vosotros no creerías; y después se lanzó a otra conquista mucho mayor, la de un nuevo mundo. América. Un nuevo jardín, que canta Nino Bravo —«Cuando Dios hizo el edén / pensó en América» y eso—. En lo que tuvo mucho que ver Ponce de León.
Porque Juan Ponce de León se fue a América —la duda está si junto a Colón en 1493 o con Nicolás de Ovando en 1502— y allí vio cosas, pero que muchas cosas, que tampoco creerías. ¿Cómo cuáles? Como la conquista de La Española, en la que colaboró, o la ocupación de la cercana isla de San Juan, también conocida como Borinquén —ahora, Puerto Rico—, de la que fue nombrado Gobernador en 1510.
Pero la mejor de todas vino tres años después, en 1513, cuando se embarcó en la tarea de ir más allá a ver qué encontraba; siendo como era por entonces todo aquello —América, se entiende— un nuevo mundo por conocer, por descubrir. Y decidió tirar para el norte en busca de la fuente de la juventud, de la que había oído hablar largo y tendido. Lo primero que encontró fue lo que pensaba que era una isla. Más bonita…. Y resultó ser una península. Vegetación a lo bestia, exuberancia por todas partes. Total, que siendo como era domingo de Pascua de Resurrección —27 de marzo, para más señas—, también día de la Pascua Florida, decidió llamar Florida —que era un rato— a la nueva tierra conocida.
En la que no pudo poner ni siquiera un pie, ni tampoco en otras por más que lo intentó, porque las tribus que las habitaban le dijeron que se fuera por donde había venido, que allí nada de nuevos vecinos y tal. Pero él erre que erre hasta que una flecha le hizo pensar que mejor dejarlo para otra ocasión. Que no hubo, pues estaba envenenada, así que la palmó.
Y así acaba la historia del descubrimiento de La Florida, cosa que aconteció tal que un día como el de hoy de 1513.