Había obtenido la clasificación para las semifinales de la Copa de Europa por segunda vez consecutiva. Era el mejor equipo del momento. Los Busby’s babes. Busby, de nombre Matt, era el entrenador, el mejor de Inglaterra, encargado de forjar un equipo joven y que ya causaba admiración.
Los que lo vieron jugar no tienen dudas en afirmar que tenía pinta de equipo de leyenda, de los que se recuerdan de por vida; uno de esos equipos cuya alineación queda en el recuerdo, que todos los buenos aficionados recitan de carrerilla con los ojos cerrados. Era el vigente campeón de Inglaterra y se había inscrito para la tercera edición de la Copa de Europa. Ese equipo regresaba de Belgrado, donde selló su pase a la semifinal tras empatar a tres con el Estrella Roja. E hizo escala en Munich. El primer despegue del avión —un Elizabethan Class G-AZLU AS-57, un bimotor de la BEA— se complicó: el hielo acumulado en las alas lo complicó en demasía. Tras abortarlo, el capitán volvió a intentarlo con el mismo éxito que el anterior. A la tercera fue la definitiva. El avión se levantó, pero no pudo sortear la altura de los bosques que cerraban la pista. La catástrofe, el dolor.
Murieron veintitrés de los cuarenta y tres pasajeros, entre ellos siete jugadores: Geoff Bent, Roger Byrne, Eddie Colman, Mark Jones, David Pegg, Tommy Taylor y Liam Whelan. Duncan Edwards lo haría dos semanas después. Con veintiún años y ya dieciocho partidos internacionales en el zurrón, iba para mito. Hubiera sido un jugador de leyenda. De los mejores de todos los tiempos, afirman los que lo vieron jugar. Busby sobrevivió y rehízo el equipo. Al que llevó a lo más alto en 1968. Bobby Charlton recogió la Copa de Europa esa noche en Wembley, pero sigue repitiendo a quien quiera oírle que él no lo hizo, sino que fue Duncan Edwards. El que estaba llamado a liderar ese gran Manchester United.
Gloria eterna a ese equipo del Manchester United.