Tal día como hoy de 1520, Carlos I de España se convirtió en lo que más ansiaba, que era ser el quinto Carlos en eso de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Una cosa que venía de los tiempos de Carlomagno, ni más ni menos, que cantan Los Chichos. Claro que el asunto tiene su miga, porque ese día sólo fue coronado—que no José— como rey de romanos. O sea: imposición de la corona de Carlomagno y otros motivos ornamentales varios. Para ser emperador chachi aún le faltaban dos cosas: ser coronado rey de los borgoñones o de Italia; y que fuera su santidad en Roma quien lo hiciera, como Carlomagno y tantos otros. Claro que esto no era requisito sine qua non, porque lo de ser coronado por el papa contaba menos que la Tomasa en los títeres según quien quisiera ser emperador.
Y aquí viene lo mollar del asunto.
Resulta que cuando Maximiliano —ni siquiera fue coronado por su santidad y ejerció de emperador. Ahí queda el detalle—, abuelo de Carlos y emperador del Sacro Imperio etcétera, se puso a criar malvas, Carlos tuvo que disputar el título con un alhaja de cuidado llamado Francisco. Éste, por un lado, ya era rey de Francia y, por otro, acababa de regalarse el Milanesado después de zurrarse con los suizos. Lo peor del asunto es que el título estaba en poder de los Habsburgo, casa a la que pertenecía Carlos, desde 1438. O sea, que de perderlo él arrastraría la vergüenza de por vida. Anda que perderlo, si es que tenías que ser tú, y todo eso. Pues, para más inri, había que convencer a unos cuantos pájaros de cuidado AKA príncipes de la Iglesia alemana, duques, condes, etcétera, que conformaban una junta de electores en caso de que el título quedara vacante.
Que sí, que Carlos era rey de España y sus posesiones —desde Nápoles hasta el Nuevo Mundo— y nieto de Maximiliano, pero el marketing de Francisco molaba más; aparte de que había peña que no podía ver a Carlos ni en pintura, verbigracia su santidad León X y diversos príncipes alemanes. Así que Carlos hubo de pelear por el título. ¿Cómo? A ver quién untaba más a aquella pléyade de condes, duques, etcétera. El francés volcó en sus manos las arcas de Francia a lo bestia, pero Carlos supo arrimarse a los que más perras tenían en ese momento, que eran los banqueros alemanes. Por resumir, los Welser y los Fugger. Éstos vieron el asunto/negocio que se les abría y decantaron la balanza en favor de Carlos, al que le soltaron 800 000 florines de vellón para “convencer” a los electores. Y vaya si los convenció, pues el 6 de julio de 1520 se enteró de que era nuevo rey de romanos estando en Barcelona. Luego, una vez arreglado el patio casero que acababa de estrenar —al menos así lo pensaba. Luego se demostró que no—, puso rumbo a Aquisgrán, donde fue coronado emperador del Sacro Imperio etcétera —leche, que teclear todo el asunto lleva su tiempo—. Eso sí, a falta de ratificación papal; porque Carlos quería hacer las cosas como Dios manda. Lo que llevó su tiempo. Concretamente, otros siete años. Cosas de la tiranteces de la época.