—«Vigila el mar, que la pluja no és teva i el sol enlluerna a poc a poc».
Suena el viento, arrulla el mar. Lo contempla a través de la pequeña ventana. Clarea el horizonte, donde el sol perfila las siluetas de los acantilados de la costa que tiene enfrente y tiñe las aguas de un brillo que daña la vista. Le da igual. Respira tranquila tarareando la canción que escucha por el pequeño altavoz de su teléfono móvil. Una cantante que acaba de descubrir, una canción que le arrebató el alma. Vigila el mar, le pide María del Mar Bonet, y eso está haciendo. De cerca, muy de cerca.
—«Vigila el mar, que l’ocell ja no canta i els terrats s’han cobert de brutor».
Azoteas cubiertas de suciedad. Demasiada. El recuerdo de un pasado que dejó atrás. Una vida que se consumió tan rápido como las sustancias que cabalgaron por su cuerpo y que la llevaron a un camino sin retorno. Hora de parar, le aconsejó quien más sufría por ella; quien más la quería. A los veintipocos lo tuvo todo: un trabajo soñado, mucho dinero y la vida por delante para bebérsela con calma. Al contrario, ella lo hizo de un golpe. El resto vino solo. La cara oscura de la vida, diapositivas en blanco y negro, bilis tiñendo el alba de amargura o camas vacías de calor al acabar la madrugada. La falsedad, que le reveló lo jodida que podía llegar a ser la vida cuando uno se lo propone.
Y llegó la canción. Por sorpresa, como siempre suele ocurrir. Un ingreso de urgencia, se ha metido demasiado, de esta no sale. Gritos de los médicos camino de un quirófano donde La parca la había citado. En sus oídos, sólo susurros, como si ya estuviera en manos de aquella negra señora dispuesta para emprender el viaje antes de tiempo. La canción. Se la trajo quien más la quiere, quien más sufre por ella. La escuchó de sus labios el primer día que la llevaron a planta. Él le colocó los auriculares, sabía que le gustaría. Y le gustó, tanto o más que los ojos azules que la devoraban sin compasión, tan azules como el mar de la canción. Los de él, la persona que más la quería, que más sufría por ella.
—«Vigila el mar, que els teus ja no tornen i naus estranyes omplen el teu port».
Ella tararea la canción apoyada en el alfeizar de la pequeña ventana. A su espalda él también lo hace. Ella se gira y lo ve aproximarse. Se abrazan. Y ella se hunde en esos ojos azules que le salvaron la vida y le enseñaron que basta con amarla para disfrutarla hasta el final. Y hasta que atardezca queda mucho día por delante.