De esos personajes a los que tomas cariño de inmediato. Por lo que son, por lo que transmiten. En sí, el tipo no es más que un buscavidas; una persona acostumbrada a pelear con las ratas por un chusco de pan cuando apenas levantaba un palmo del suelo, que no conoció a sus padres, y cuyo único objetivo es vivir la vida. Y cuando la muerte venga a visitarlo, que canta Sabina, encararla con el convencimiento de que se bebió la vida de un solo trago, sin espacio ni tiempo para los remordimientos ni para los lamentos.
Ese tipo, digo, es Norbert Bachmann; que un buen día, nada más comenzar la campaña del Danubio, se presentó ante el duque de Alba con sus santos cojones morenazos —que había que tenerlos— para decirle que era el hombre que necesitaba para ganar esa campaña y las que el emperador Carlos V decidiera acometer por tierras alemanas. Con chulería, garbo y valor, que cantan también los Gabinete Caligari; sabiendo que quien tienes delante es el general más importante de tu siglo. Listo como pocos, inteligente, culto, perspicaz, y gran conocedor de la vida soldadesca. Se las conocía todas, el gran Fernando Álvarez de Toledo.
Pues ese tipo, insisto, es un dechado de valores, de dignidad. Da pruebas de ello a lo largo de la novela a pesar de ser lo que es, un mercenario que se vende al mejor postor por unas monedas. Y, sin embargo, eso no es óbice para manejarse por la vida con unos códigos. Y con ellos va hasta la muerte.
Por eso le tomé cariño de inmediato. A tipos así hay que respetarlos y admirarlos, y por eso goza del protagonismo que merece en Mühlberg.
Si la leéis, creo que coincidiréis conmigo.