Momento cumbre del Citius, altius, fortius. Ese lema que nos caracteriza como raza. Este 3 de diciembre viene señalado en rojo en el calendario por derecho propio. Porque sí. Nos lo ganamos a pulso. Nuestro límite está por conocer aunque, viendo lo que ocurrió en días como hoy, cuesta imaginarse cómo será la próxima. Que la habrá. No tengo ninguna duda de que así pasará. Viajemos 31 años hacia el pasado. La India, ciudad de Bhopal, donde todavía recuerdan la noche del 2 al 3 de diciembre. Un nombre: isocianato de metilo. Un responsable: la planta química de Union Carbide, que desde 1969 comenzó a verter productos químicos directamente en el terreno. Después, y hasta 1984, llenó un depósito en un solar al norte de la planta que ya en 1982 empezó a tener pérdidas. El subsuelo de la fábrica era un cóctel mortal de sustancias que se esparcían por pozos y balsas acuíferas de la zona, contaminando así el agua. Una tragedia. Lo peor estaba por llegar. Y llegó la referida noche. Una fuga del citado isocianato —cosas de los recortes de mantenimiento de la planta. Esos recortes— provocó una nube letal que en pocas horas mató a cerca de 25.000 personas —la cifra exacta se desconoce. Union Carbide sostiene que no fue para tanto: sólo cerca de 4.000. Una minucia—. Hemorragias internas, convulsiones, ahogos… El aire quemaba la piel, los ojos, los pulmones. Los médicos no supieron cómo tratar a los heridos que llegaban por millares a los hospitales, afectados por algo que no se podía ver oler, ni mucho menos tocar. Al amanecer, miles de cuerpos amontonados dieron la bienvenida al nuevo día tras una noche de pesadilla. Una noche que relató a la perfección Dominique Lapierre en Era medianoche en Bhopal. Muy recomendable para intentar conocer —si es que se puede— lo que realmente aconteció esa noche del 2 al 3 de diciembre de 1984.
Al lado de esto, cualquier cosa palidece. Pero pasaron otras. Como el anuncio del final de la Guerra Fría, que cogió a George Bush –padre- y a Mijail Gorbachov –el único e inimitable- a bordo del buque soviético Gorki, fondeado frente a las costas de Malta hoy hace veintiséis años. Tres semanas y media después de la caída del Muro de Berlín, los vertiginosos cambios que se sucedían en Europa alentaban nuevas formas de ver la realidad de un mundo en continua transformación. Había que mirar al futuro con nuevos ojos. Todavía andamos así.
Más: por primera vez en la historia de los Estados Unidos, un jurado blanco del sur del estado de Alabama condenó a tres miembros del Ku Kux Klan hoy hace cincuenta años por el asesinato de Vila Liuzzo, activista blanca de los derechos civiles. Colie Leroy Wilkins, Eugene Thomas y William Eaton se llamaban los condenados a diez años de prisión por el crimen cometido.
De nacimientos y muertes también viene servido el día. De los primeros, el de un tipo que empezó a vestir el corazón de tinieblas casi desde nacer, hoy hace ciento cincuenta y ocho años. Le bautizaron como Józef Teodor Konrad Korzeniowski de Nalecz, Joseph Conrad para los amigos.
De las segundas, la del jesuita Francisco Javier, apóstol de la India, hoy hace cuatrocientos sesenta y tres años, y que fue canonizado por Gregorio XV en 1622; la del Robert Luis Stevenson, con sólo cuarenta y cuatro años, en 1894; y la de Pierre-Auguste Renoir hoy hace noventa y seis años.