De esas escenas que parecen sacadas de una película. Un guión trabajado que no deja cabos sueltos. La decoración, épica: niebla rasa que cubre una ancha pradera e impide ver el sol. Un ancho río, menos caudaloso de lo normal por estas fechas, discurre por el lugar. De una ribera a otra median unos 300 pasos, que es una distancia considerable. En el ambiente flota un aroma a cosa grande. Se oyen murmullos, voces, ruidos metálicos. Aceros, arcabuces. Desde una arboleda asoman cabezas humanas y de caballos. Otean el paisaje. En la otra orilla parece que hacen lo mismo. Se vigilan. Recelan. Así llevan un par de meses. Unos persiguen a otros y así andan, como ese zorro que vigila el gallinero calculando sus posibilidades, las gallinas que podrá llevarse. Con calma, tranquilo, sabedor de que algunas no se le escaparán.
En este caso, el zorro es el ejército de Carlos V. El protagonista de la película. Y las gallinas, la Liga de Esmalcalda, una unión entre príncipes alemanes levantiscos deseosos de librarse de las ataduras del Emperador. Un monje, un tal Lutero, también ayudó lo suyo dándoles algunos argumentos que han hecho suyos. La iglesia de Roma y la cristiandad, maneras de ver las cosas y que difieren de los pensamientos del Emperador. Por eso están allí, en aquel punto de una Alemania que amenazaba con resquebrajarse para disgusto del Emperador Carlos. Quiere acabar con el asunto ya, coger a esos príncipes y decirles cuatro cosas: la religión, la Iglesia, Roma. Valores inmutables, que no se tocan. Si pudiera cruzar el río se las diría. Pero no puede porque las tropas de los príncipes alemanes han destruido los puentes habilitados para cruzar un Elba que corre rápido.
Hasta que una decena de soldados españoles entra en acción. Y esta es la parte emocionante de la película. La de verdad. Esa que te mantiene pegado a la pantalla sin parpadear, dejando el cuenco de palomitas en el regazo de las piernas y un par de ellas entre los dedos antes de metértelas en la boca. Tipos bregados, acostumbrados al hambre, al frio, a la muerte. Esa decena de soldados españoles que entra en el río sin importarles la temperatura del agua ni la rapidez de la corriente, con las espadas en la boca, dirigiéndose a la orilla contraria donde perpetrarán una carnicería sin igual con el único propósito de traer consigo un puente de barcas enemigo con el que sus compañeros podrán vadear el río. Esos soldados.
El final, el conocido: Carlos I de España y V de Alemania cruzando el río por el puente de barcas, entre otros puntos, para derrotar al ejército de la Liga de Esmalcalda. La gloria y el cuadro de Tiziano. Tal que hoy hace 468 años, a la orillas del Elba. Un lugar llamado Mülhberg, mismamente.