El día que nació don Miguel

Me lo vas a permitir, pero hoy es un día para recordar y celebrar; el día que nació uno de mis referentes literarios, al que acudo con frecuencia cuando necesito respuestas de cara a las novelas que tengo entre manos o por oxigenar la mente, sin más. Incluso en una novela que tengo en el cajón a la espera de ver la luz, me he permitido el lujo de incluir un personaje que habla como lo hacían —y lo hacen. Sus personajes son eternos— los de sus novelas. Me estoy refiriendo a don —para un servidor— Miguel Delibes.

Delibes, ese tipo aferrado a su tierra, a sus paisajes, a sus gentes. El mundo visto desde los ojos de un católico liberal que atesoraba una visión cada vez más crítica conforme la vida pasaba por él, decepcionado por esa máquina trituradora de sueños e ilusiones, e incluso de un modo de vida, es que es la modernidad mal entendida y peor enfocada.

Delibes es un camino que recorrer y un Camino que leer; es esa hoja roja que nos recuerda que la finitud es la que es y que entre el comienzo de todo y esa hoja roja hay una vida que dejamos escapar mientras la recorremos lamentándonos por un tiempo que no sabemos apreciar, que se resbala de nuestras manos como un pez hasta que nos damos cuenta —tarde ya— que se fue para nunca volver; es ese Paco el Bajo, cabeza agachada, vista al suelo, que encierra una dignidad por la que más de uno y de dos matarían a sabiendas de que jamás podrán hacer gala de ella por mucho dinero que posean. “Unos personajes que vivan de verdad relegan, hasta diluir su importancia, la arquitectura novelesca, hacen del estilo un vehículo expositivo cuya existencia apenas se percibe y pueden hacer verosímil el más absurdo de los argumentos”, dijo acerca de sus personajes.

Delibes. Ese tipo que confesó, cuando ya vio entreabierta la puerta de salida, que el escritor que fue la había tomado mucho tiempo antes que la persona que era. Ese mismo hombre, don Miguel Delibes, nació tal que un día como el de hoy de 1920. Me apetecía recordarlo.

 

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