Cantaba el gran Labordeta que Aragón es polvo, niebla, viento y sol; que donde hay agua hay una huerta; y que al norte la limitan los Pirineos. Robe es sol, sólo sol. Brilla, ciega, no se apaga y su calor siempre se agradece; lo acompaña una banda cuya música fluye como el Ebro que riega la patria chica del bardo aragonés; y su música -y letras- no tiene límites ni tampoco los conoce.
Con los huevos por corbata, el que escribe estas letras acudió este pasado sábado a Cuenca. Por lo ocurrido la noche anterior en la vecina Guadalajara -garajes anegados, calles que parecían ríos… Una Dana, por resumir- y por la alerta por lluvias en la Alcarria conquense decretada para esa jornada. Hora tras hora, minuto a minuto, revisa que te revisa una aplicación que informa al minuto del desplazamiento de las tormentas; informándome en las cuentas tanto del mismo Robe como del consistorio conquense en esa red social antes llamada Twitter y ahora X desde que Elon Musk se compró el juguete para hacer con él lo que le da la real gana. Haberlo, habrá fue la conclusión.
Estadio de la Fuensanta, afueras de la ciudad. Un escenario ocupando el fondo norte. Al fondo, silueteando el cercano cerro, un mar de relámpagos. Corre el reloj camino de la hora de comienzo del concierto. Vuelta a cotejar la famosa aplicación meteorológica. Qué rapidez tiene el ser humano para interpretar colores, movimientos, índices cuando le interesa o le va la necesidad en ello. Si acaso, las azules, que son cuatro gotas. Nada de rojas o moradas, que son las chungas, aseguro a mis compañeros de concierto tras examinar -o lo que sea- el mapa de la aplicación, una amalgama de nubes colores sobrevolando un punto que responde al nombre de Cuenca. Que sí, que nos vamos a librar de la tormenta. Por muchos relámpagos que estallen en el cielo. Acojonan.
De la de lluvia y truenos sí nos libramos. Amenaza, sólo eso, para terminar por marcharse a dar su concierto particular a otra parte.
De la de Robe, no. Esa cae con una fuerza arrolladora sobre las más de 5.000 almas venidas de todos los puntos -Cuenca, Madrid, Valencia, Albacete…- para beber de sus letras, para empaparse de su música. Una primera parte más lírica, que el sonido -inmejorable- permitió disfrutar como pocas veces de un concierto, y el que escribe estas letras se ha chupado bastantes. Hora de desgranar Se nos lleva el aire, con varios de sus temas –El hombre pájaro, El poder del arte…- y también otros de Extremoduro -leyendas más bien- como Si te vas o Stand by. Escalas de piano que suben al cielo, violines echando pulsos a la guitarra. La hostia.
Descanso; para aprovechar y hacer una visita al lavabo, echarse unas cervezas al coleto o lo que sea, que para eso -como recuerda Robe antes de dar paso a la pausa- estamos en un país libre. “Eso sí, que no os vean”, apostilla. Por si aca.
Y después, segunda parte. La tormenta se intensifica. Salvaje, brutal. Mayéutica toma la palabra combinado con temazos legendarios –Sucede y Salir– para rematar la faena con un Ama, ama, ama y ensancha el alma que subyuga y termina por fundirte lo que queda de garganta, que a estas alturas del concierto es nada.
Y fin. Saludos de Robe y de los componentes de su banda. Una despedida que sabe hasta pronto. Por delante, un viaje en coche y mucho que hablar de lo visto, de lo escuchado, de lo vivido.
Para hablar de Robe.
Por muchos conciertos más.