Tela. La realidad, digo, que supera a la ficción. Siempre. ¿Alguien ha visto «Quien tiene un amigo tiene un tesoro?». Peliculón no, lo siguiente. Por si acaso, refresco la memoria: interpretada por el inmenso Bud Spencer —una de mis debilidades— y su compañero de andanzas Terence Hill cuenta la historia de un apostador, Alan (Hill), que ha timado a una banda y decide colarse en el barco de Charlie (Spencer), que realiza travesías de propaganda a mayor gloria de la Mermelada Puffin. En una de ellas con Alan de polizón acaban en una isla del Pacífico defendida por Kamasuka, un soldado japonés que aún no se ha enterado de que la Segunda Guerra Mundial finalizó en 1945.
Tal cual lo que ocurrió el 24 de enero de 1972 en la isla de Guam, en el Pacífico Occidental. Allí, unos granjeros encontraron al sargento japonés Shoichi Yokoi, que había permanecido escondido durante 27 años sin saber que la zapatiesta ya había acabado; pegando tiros a todo aquel que se le acercaba. Más aún si tenía aspecto occidental. Pum, pum. Americanos malos, la honra del emperador y esas cosas.
¿Cómo acabó así aquel soldado nipón perdido de la mano de Dios durante tanto tiempo y pegando tiros a diestro y siniestro con tal de defender su posición? Primero, pongámonos en situación: Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, una ensalada de tiros entre japoneses y americanos. En 1941, los primeros atacaron dicha isla —española hasta 1898, norteamericana desde entonces—, la más grande y meridional de las Islas Marianas, descubierta por Magallanes en 1521. En consecuencia, territorio americano en medio del Pacífico. Normal que los japoneses, dentro de su política expansionista, fueran a degüello a por ella. Y la ocuparon, lo que dio paso a tres años de tiros hasta que, en 1944, los americanos la recuperaron. Shoichi Yokoi, que era uno de los japoneses que por allí anduvo pegando tiros, prefirió esconderse antes que entregarse al enemigo. Así, 27 años. Tela, telita. Luego dicen que si las películas y tal.