El 26 de noviembre de 1526, el emperador Carlos V estaba en Granada disfrutando de la luna de miel con su churri, la emperatriz Isabel; a donde llegaron a comienzos de junio después de casarse en Sevilla —el 11 de marzo, por puntualizar. Sin conocerse más que por retrato, y gracias— y de pegarse un viaje que llevó a la parejita a Córdoba —allí permanecieron cuatro días. Como para decir que no— y a diversas localidades más hasta alcanzar Granada. Granada. Palabras mayores, desde luego.
¿Cómo no iban a quedarse cinco meses —y unas cuantas semanas más. No la abandonarían hasta el 10 de diciembre— con lo que hay allí, alojados en aquella Alhambra que quita el sentido? Si ya lo dejó escrito Agustín Lara en forma de canción; que luego adoptó la ciudad en forma de himno oficial con algún que otro arreglillo. Pues allí, en Granada, en aquel paraje a los pies de Sierra Nevada, permaneció la parejita todo aquel tiempo haciendo cosas de recién casados: o sea, paseíto por aquí y allá agarrados de la mano, que qué guapa eres, que qué bonito es esto, que qué guapo eres, que si nos vamos a la cama, etcétera. Ni que decir tiene que en aquel lugar encargaron al segundo Felipe de las Españas, el que reinaría después de la muerte de su padre. Por cierto, tanto les gustó Granada y su Alhambra que decidieron encargar una chabolilla para pasar las vacaciones de verano. Como tontos, insisto. Pero, cosas de la vida, ni una —se fue de este valle de lágrimas en 1539— ni otro —en 1558— lo vieron terminado, por lo que no la pudieron disfrutar. Aunque también hay que decir que jamás volvieron a Granada. A Isabel, porque no le dio tiempo; y a Carlos, porque parecía el baúl de la Piquer, más si cabe después de palmarla su amada; y que la chabolilla —el llamado Palacio de Carlos V—, entre unas cosas y otras no se acabó hasta 1958. Sí, 1958.
Aunque de ese día —y de eso se enteraría más tarde el emperador— lo realmente noticiable es que el papa santo de Roma del momento, esto es, Clemente VII —de nombre Julio de Médici. Sí, de esa familia, sí—, dejó al Cardenal Colonna sin su púrpura bonita, y sus tierras y castillo como un solar. ¿A cuento de qué? Tiranteces de la época. Por resumir, que si a mí me gustan más los franceses y menos el emperador (Clemente VII), y al otro (Colonna) todo lo contrario. Luego pasó lo que pasó. Que eso sí que fue gordo, pero gordo, gordo.