Tal que el 29 de noviembre de cualquier año, así, a vuelapluma, no ocurrió nada destacable en la vida del emperador Carlos V. Destacable, insisto; pues todo lo que no fuera la época de la luna de miel en compañía de su churri, los primeros años de vida –cuando no se podía mover, por precisar—, y cuando acabó en Yuste, se resume en una palabra: viajar.
Sí, el colega era como el baúl de la Piquer, o peor. El maestro Foronda, que para esto es una referencia indispensable para recabar el día a día del emperador, dejó constancia de que se era un culo inquieto del copón; y que, si no era por culpa de una guerra, de un entuerto, o porque la viudez le llevó por esos mundos de Dios siempre acompañado de un retrato de su amada —el realizado por Tiziano, el que más le gustaba, aunque le obligó a retocar la nariz de la finada, que no se la recordaba tan fea—, se liaba el petate y a caminar como Labordeta —qepd—.
A modo de curiosidad: ¿sabéis qué ciudad puede presumir de haberle visto más el pelo? Tic, tac, tic, tac… —como dice uno que cree hablar de deportes—. Bruselas, con 4.583 días repartidos en un total de veintiséis estancias. ¿Y en España? Sin tic tac ni tonterías, Valladolid, donde pasó un total de 1.052 días repartidos en once estancias. Entre aquellas dos, Malinas, con 2.987 días repartidos en un total de veintiuna estancias.
La explicación de por qué tanto tiempo en aquellas tres ciudades es sencilla: Bruselas, por eso de estar cerca de casa —Gante— y de sus territorios del Sacro Imperio Romano Germánico. Además, allí fue donde tomó la decisión de liarse la manta la cabeza y decidir que se las piraba para Yuste y ahí os quedáis todos con el muerto; Valladolid, por ser sede de las Cortes de Castilla —que el redil patrio había que tenerlo atado y bien atado—; y Malinas, porque allí le crio su tía Margarita toda vez que su padre se puso pronto a criar malvas, y su madre… Su madre era española y también tenía derecho a atender al resto de hijos. El último de ellos, Fernando, nacido aquí, en Alcalá de Henares. Además, ya barruntaba lo que le iba a pasar. Que fue gordo.
A partir de ahí, repeticiones por cualesquiera de aquellos temas: Augsburgo, 781 días en cinco estancias distintas, por cosas del imperio; Madrid, 715 en once estancias; Jarandilla de la Vera-Yuste, 678 días en una estancia; Granada, 188 días en una estancia… Que menuda luna de miel se pegó el colega.
Lo demás, insisto, el baúl de la Piquer. Así que normal que acabara como acabó. Vale que lo que mandó para el otro barrio fue un mosquito, pero los que le veían juran que tenía más pinta de setenta para arriba que de los cincuenta y ocho con los que la palmó.