Tal que el 13 de enero de 1523, refleja Foronda y Aguilera en su obra relativa a los viajes del emperador Carlos V, que éste solicitó a los contadores mayores de la reina, o sea, a los de su churri, que le soltaran 100.000 maravedíes al año al doctor Juan López de Palacios Rubios. 100.000 al año. Y se lo pedía toda vez que él estaba por esos mundos suyos —lo del baúl de la Piquer ya está demasiado usado, creo yo—. Sin ir más lejos, aquel día se encontraba en “casa”, lo que entrecomillo porque es la ciudad de España en la que más tiempo pasó, por lo que se puede considerar como tal.
En consecuencia, pidió aquel día que le soltaran al tal Palacios Rubios 100.000 maravedíes al año. O sea, 10.000 euros al cambio sin contar la inflación y tal; que puede que no sea nada del otro mundo, pero como ya conté en otra ocasión, más de dos y de tres matarían por pillarlos entonces. Pues eso, que con esas perras se podía vivir más que dignamente en aquellos años.
Ahora, ¿quién era aquel sujeto al que se le concedía tal merced —ahora lo llamaríamos chollazo—? Como tal quizás no os suene, pero sí como Juan López Vivero, o lo que es lo mismo, uno de los juristas más reputados de su época. El tipo llegó a ser catedrático de la Universidad de Salamanca y de la de Valladolid, ocupó los cargos de Colegial Mayor de San Bartolomé —lo que viene a ser becario que ese colegio. Allí se sacó el título de doctor tras doce años. Sí, doce— presidente de la Mesta durante el reinado de los Reyes Católicos —lo que viene siendo el cargo principal de Honrado Concejo de la Mesta, que reunía a todos los pastores de León y Castilla—, Oidor de Valladolid —juez. O sea, el que escuchaba para después dictar sentencia—, ministro del Consejo de Indias y embajador en Roma. Es decir, alguien importante, no un cualquiera.
Además, es el autor del famoso Requerimiento que lleva su nombre, que vio la luz en 1512, y que se leía a los nativos americanos —en algunos sitios veréis que se les llama indígenas. No lo hago para no despertar susceptibilidades— cada vez que uno del imperio iba para allá —lo que viene siendo la conquista de América, vamos. No lo digo como tal por no molestar también—, conminándoles a someterse pacíficamente.
Entre otras cosas, en aquel texto se les informaba de que eran vasallos del monarca castellano —del tío Carlos entonces, por precisar— y súbditos del papa; y, en el caso de que opusieran resistencia, se les anunciaba que serían sometidos por la fuerza y convertidos en esclavos —en el texto original se dice que, en caso de resistir, se les haría guerra a sangre y fuego—. El siglo XVI y sus lindezas, que aquello no era Bambi, por si no os habéis dado cuenta todavía.
Pues a ese tipo, como digo, el emperador Carlos V ordenó el 13 de abril de 1523 que le soltaran 100.000 maravedíes al año, que se los había ganado en su opinión a sus 73 palos —que ya eran palos para entonces—. Aunque poco los disfrutó el hombre, pues se fue para el otro barrio al año siguiente, en 1524. No somos nada, que diría el gran Paco Gómez Escribano.