¿Y si Carlos V hubiera dormido con la ventana cerrada?

Vamos hoy con una de esas de ¿Y si…?

¿Y si el emperador Carlos v hubiera dormido aquel verano de 1558 con las ventanas cerradas?

Por precisar, cerró sesión en la madrugada del 20 al 21 de septiembre de unas fiebres tercianas que lo devoraron. Vamos, que la palmó por culpa de la malaria.

En aquella época, siglo XVI, lo de los mosquitos era como el ataque japonés a Pearl Harbor en 1941. Acojonaban. Por lo que suponía su picadura; como te pillara mal, no te quitabas de unos días o semanas en la cama con unas fiebres que te cagas. Y si la cosa se complicaba, para el otro barrio. Que lo de la sanidad en el XVI estaba como estaba. Así que a no quejarse, que somos unos afortunados en esta época a pesar de todo.

Según recoge el médico y escritor Víctor Guerrero Cabanillas en su estudio ‘Enfermedades y muerte de Carlos V‘, publicado en Revista de Estudios Extremeños, ya en Jarandilla de la Vera, el 20 de noviembre de 1556, Luís Quijada escribió al secretario Juan Vázquez para contarle cómo estaba el asunto, o sea la salud del emperador. Por entonces, según le contó, se encontraba bien, sano y gordo; aunque la puñetera gota… Vamos, que nada hacía presagiar que hiciera tan pronto el petate para largarse al otro barrio.

Pero…

Por su orientación, las habitaciones del emperador en el Monasterio de Yuste estaban expuestas todo el día al sol, con el consiguiente calor. Sobre todo, en verano. Calor no, lo siguiente. Ese hombre había nacido en Gante, por recordar. Así que tocaba abrir las ventanas para que allí entrara al menos algo de fresco.

Ya me he referido antes a lo de los mosquitos, que daban miedo. Enrique Mathis, su médico, informó a Juan Vázquez, el secretario en Valladolid, el 9 de agosto de 1558 acerca de la peña que se había puesto a criar malvas por culpa de la enfermedad que provocaba su picadura. Más en concreto, entre los criados del rey y la población de Cuacos caían como moscas. Lo curioso del asunto es el mayor índice de fallecidos era el correspondiente a la gente moza.

En consecuencia, y como de calor vamos en servidos en verano en La Vera —lo juro—, Carlos V dormía con las ventanas abiertas. Incluso cuenta Cabanillas Guerrero que, además de provocarle posiblemente una contractura cervical por dormir mirando al lado de la ventana—aaaaaireee, soñé por un momento que era aaaaaaireeee, que canta Ana Torroja—, también sería el origen de la infección respiratoria banal con ligero dolor de garganta al tragar y fiebre moderada que padeció a mediados de mes de agosto de 1558. Si no quieres arroz, dos tazas.

Y es aquí donde quería llegar: de no hacer calor, ¿la hubiera palmado? Porque, en ese caso, hubiera dormido con las ventanas cerradas y el mosquito anopheles no le hubiera hecho la pascua. Para más inri, padecía de un prurito distal en las extremidades inferiores que remediaba con las piernas al descubierto para ser tratado con baños de agua avinagrada. Algo así como venid a mí, mosquitos, que os quejaréis de que no os lo estoy poniendo a huevo.

El día 30 de agosto, tras unas horas de intensos escalofríos, “Carlos V tuvo un episodio de fiebre elevada que despertó la natural preocupación de sus servidores” —el acojone, vamos—, pues nunca antes había padecido de fiebre sin síntomas de gota; acojone que aumentó conforme pasaron los días para transformarse en alarma general. Quien más quien menos veía en eso unas tercianas que lo flipas.

Tres semanas después, falleció en el Monasterio de Yuste víctima del paludismo.

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