Correr un maratón no es una tontería. Filípides la palmó después de uno. Claro que este soldado griego no tenía ni repajolera idea de lo que era un maratón. Más que nada porque dicha prueba atlética tiene como origen la hazaña que le llevó a cerrar sesión. Así que no cuela. Pero que acabar un maratón cuesta lo saben de aquí a Sebastopol. Que se lo digan a Shizo Kanakuri, un atleta japonés que tardó 54 años en terminarlo. Sí, 54 años.
Helsinki, Finlandia, Juegos Olímpicos de 1912. Sol cayendo a plomo —vale, Helsinki, pero era verano, y en verano hace calor. Ese día, 30 grados. El infierno sobre la tierra—. 69 participantes tomaron la salida y cada cual llegó a la meta como pudo. Un atleta portugués ni lo acabó: le dio un golpe de calor, le mandaron para el hospital y la palmó al día siguiente. Pues eso, Helsinki; el infierno sobre la tierra. El primero de todos aquellos valientes fue un sudafricano, Kennedy McArthur. Su tiempo: 2 horas, 36 minutos y 42 segundos.
¿Y el tal Shizo Kanakuri? Ni acabó, ni tampoco se tuvo constancia en su momento de que se hubiera retirado. Y así pasaron los años sin que de él nada se supiera. Todo más raro que un plato de alubias con piña. Se supo años después que el colega se desvaneció en plena carrera a eso del kilómetro 20. Una familia que estaba viendo el asunto se apiadó de él y se lo llevó a casa para que se repusiera. Que tome usted una pesicola, que coma algo, etcétera. Total, no acabó la prueba; y como ya sabéis cómo son los japoneses, se largó para casa sin decir ni mu ni tampoco informar a la delegación japonesa, ni mucho menos a los organizadores de los juegos. Que si la vergüenza y tal.
50 años después, un periodista sueco dio con él en la ciudad japonesa de Tanama. Tenía 71 años. Que si usted es este, pues mire sí, que cómo no terminó, pues fíjese qué cosas. Cinco después, las autoridades suecas le invitaron a acabar el maratón de los Juegos Olímpicos de Helsinki en Estocolmo. Y lo hizo. 54 años después.