Tal día como hoy de 1894 vino a este valle de lágrimas Isoroku Yamamoto, el gran impulsor de la industrialización de Japón; y también el organizador del ataque japonés a la base naval de Pearl Harbour. De no ser por él, Michael Bay se hubiera quedado sin película que rodar y Hans Zimmer sin música que componer.
Sexto hijo de un profesor y miembro de una antigua familia de samurais, se graduó en la Academia Naval Japonesa en 1904 y empezó a guerrear en la que tuvieron rusos y japoneses en 1904, guerra en la que fue herido. A partir de entonces le fue más difícil pedir cervezas en los bares. El colega se quedó sin dos dedos. Por aclarar.
Hacia 1919, lo mandaron a Estados Unidos como asistente del agregado militar de la embajada japonesa en Washington, donde además de dejar huella como diplomático no perdió ripio de cómo se las gastaban los americanos en eso de construir y construir. Y tuvo claro que, en caso de liarse a mamporros, habría que sorprenderlos y anticiparse a ellos.
A su vuelta a Japón se encontró con que los ánimos ya andaban calientes con eso de salir de la isla y darse un garbeo por los alrededores. Lo que antes se llamaba conquistar, vamos. Por aquella época, antes del comienzo de cómo matarnos los unos a los otros edición dos volumen Premium —Segunda Guerra Mundial—, Yamamoto ya era máximo responsable de la flota combinada japonesa. Y ojo al dato, que decía aquel: contrario a liarse a mamporros con los americanos; que llevarían todas las de perder, confesaba a quien quisiera escucharlo.
¿Le escucharon? No, padre, así que no tuvo más remedio que tirar por la calle de en medio —aquello de la sorpresa y la anticipación—, montar lo de Pearl Harbour, y acabar el asunto como acabó. Por suerte para él, no vivió para ver lo de Hiroshima ni Nagasaki porque dos años antes, en 1943, los americanos derribaron el avión en el que viajaba, que cayó al mar matarile rile cerca de la Isla de Bougainville (Buganvilla en español).
Y fin de la historia.