El hecho: Antoine de Saint-Exupéry la palmó tal día como hoy de 1944. Cayó al fondo del mar, matarile rile rile, cerca de Marsella, y nunca más se supo de él. Ni siquiera se recuperó su cuerpo. Ale, para el que lo desee, hasta aquí ha llegado el asunto. Pero para quien quiera saber cómo acabó allí, que siga leyendo.
A Saint-Exupéry le encantaba volar y encontró la muerte pilotando un Lockheed Lightsning P-38 en los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, el 31 de julio de 1944. Durante todos estos años se ha especulado de todo: que si se suicidó, que si derribaron su avión…
De suicidio, nada. Por mucho que la tristeza fuera el peso más grande que transportaba en su mochila vital, los que le conocían daban por sentado que nunca se quitaría la vida de manera voluntaria. Amaba demasiado la vida, decían. Entonces…
Sí, derribaron su avión. Blanco y en botella. Y algo se debió de oler antes de coger uno y despegar por última vez, pues dejó escrita esta nota sobre su escritorio: «Si soy derribado no lo lamentaré. La termitera futura me espanta y odio su virtud de robots. Yo estaba hecho para ser jardinero». Que se lo olía, vamos. Vale, seguro que más de uno y de dos estará pensando: Segunda Guerra Mundial, los nazis más nerviosos que Pocholo con cien tazas de café encima con eso de que estaban perdiendo la guerra, y él dando vueltas con un avión. Pero también está probado que se desvió de la ruta prevista para sobrevolar el castillo de Saint-Maurice-de-Rémens, donde pasó una infancia de cuento que siempre añoró. Lo suyo de aquel día consistía en un vuelo de reconocimiento a baja altura para fotografiar las defensas alemanas en La Provenza y facilitar el desembarco de los aliados. Vuelo que siguieron los radares de la estación americana Colgate, en Córcega, hasta que decidió realizar el desvío ya comentado; pero también lo hicieron los radares alemanes ubicados en los alrededores de Lyon. Y a por él que se fue Horst Rippert.
Porque la verdad de la muerte de Saint-Exupéry la sabe él muy bien. ¿Quién? El piloto de la Luftwaffe que le abatió. Y por si os interesa conocer el caso en profundidad, deberías saber que no hace mucho publicó un libro junto con el sobrino y ahijado del autor de ‘El Principito’, François d’Agay, el alemán fundador de la Asociación de Búsqueda de Aviones Perdidos durante la Guerra —Lino von Gartzen—, y Luc Vanrell, el buceador profesional que descubrió los restos del avión. Y sí, lo derribó él, Horst Rippert, que roció de balas la cola del avión de Saint-Exupéry y cayó al mar, donde se fragmentó en cuatro partes.
En 1998, un pescador encontró una esclava plateada entre sus redes con el nombre de Antoine de Saint-Exupéry; y no fue hasta el 7 de abril de 2004 cuando investigadores del Departamento de Arqueología Subacuática confirmaron que los restos de un avión encontrado cuatro años antes, en el año 2000 —los que encontró Luc Vanrell, aunque no pudieron ser examinados hasta 2003—, eran los del que pilotó Saint-Exupéry. Más de sesenta años comiéndose que él mató a Saint-Exupéry.
Pero con todo, lo peor son los remordimientos de cabeza de ese hombre, más de sesenta años —repito— rumiando que él se cepilló al autor de El Principito. «En nuestra juventud todos lo habíamos leído, adorábamos sus libros. Su obra despertó la vocación de volar en muchos de nosotros. Yo amaba al personaje. Si lo hubiera sabido jamás habría disparado. Nunca sobre él», confiesa en el libro.
Sesenta años… Nunca descansará tranquilo ese hombre.