La vida del sexual del emperador Carlos V

Sexo. ¿Quién no pierde la cabeza? No la iba a perder entonces el emperador Carlos V. Desde bien guacho le iba el asunto. También las armas y todo lo que oliera a militar, sí, pero de ardor sexual andaba más que sobrado.

Y eso que hubo voces en su época que insistían en otra imagen no tan desenfrenada del emperador. Que no era tan fiero el león como lo pintaban, utilizando una expresión suya. Es el caso de Francesco Corner, embajador de la Serenísima República de Venecia, quien llegó a decir, cuando por entonces al emperador le caían veintiún palos, que “no era demasiado mujeriego y en general se cree que hasta ahora no ha practicado el sexo”. La línea ya está completa, pero el bingo de no es para tanto la cosa se lo lleva su colega Contarini, quien cuatro años después se descolgó con esto: “[Está] desprovisto de todo vicio y nada inclinado a los placeres a los que los jóvenes suelen entregarse”. Pues eso, que cuando no gobernaba se dedicada a tocar el arpa y a contemplar el cielo con ojitos soñadores.

Y no; que le iba la marcha como a todo hijo de vecino. No son pocos los testimonios de diplomáticos que estaban al tanto de lo que se cocía en su vida privada y que le daban a la de sin hueso cosa fina. Valgan como ejemplo estas palabras de Francesco Badoaro: “Por donde quiera que ha estado, le han visto consagrarse a los placeres veneros de una manera inmoderada, con mujeres de alta y baja condición”.

Entre 1522 y 1523, o sea, un año, le salieron tres hijas: Margarita —la futura Margarita de Parma—, fruto de su relación con Juana van der Gheynst; Tadea de Austria; y Juana de Austria —no confundir con la futura regente—, fruto de sus encuentros con una dama de la reina Juana —su madre, por precisar— llamada Catalina de Rebolledo.

Eso sí, fue casarse y sentar la cabeza. Pero de verdad. Como muestra, en 1531 llegó a confesar a su hermano Fernando que era feliz con la emperatriz, así que nada de ir por ahí dejando semillitas. “No me he dejado llevar por el gusto por las mujeres jóvenes […]. No soy tan mal marido”.

Además, es un caso raro de rey dispuesto a volver a casarse después de enviudar —su hijo Felipe lo hizo unas cuantas veces—, pues nunca lo hizo. Eso sí, picar de flor en flor, pues en alguna picó; y el resultado se llamó Juan de Austria, el héroe de Lepanto, fruto de sus encuentros con una alemana llamada Bárbara Blomberg, mientras estaba de hostialidades con los protestantes. Es más: el embajador veneciano Alvise Mocenigo destacó en 1548 que “actualmente puede decirse, con toda verdad, que el emperador es de una castidad ejemplar”.

Y tanto que lo era, pues tras lo de Bárbara Blomberg no se le conoció ninguna aventura sexual más. Aparte de que tampoco estaba ya para muchas coplas, dicho sea de paso.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *