Si aún no lo sabéis, que me extrañaría mucho a estas alturas tras tanto tiempo dando la vara con el colega, el emperador Carlos V murió por culpa del paludismo. Nada, un mosquito de los que pululaban por el estanque que ordenó construir al pie de su chabola en Yuste por si le apetecía pescar —pescar, tampoco pescó demasiado. Lo máximo, la malaria que le mandó para el otro barrio—.
Ahora, lo del paludismo no es algo puntual en la vida del emperador, ni mucho menos. Si hacemos caso a Foronda y Aguilera, tal que el 10 de enero de 1525 parecía estar mejor de unas cuartanas —«A Dios gracias, está mejor de sus cuartanas», recoge en su libro Estancias y viajes del emperador Carlos V— estando como estaba por entonces en Madrid, descansando de sus cosas.
Y ¿qué son las cuartanas? Fiebres palúdicas que se repiten cada cuatro días. O sea, paludismo. De lo mismo que la palmó. Lo que ha servido a algunos historiadores expertos en la figura del emperador para demostrar que lo del paludismo no fue algo exclusivo del final de sus días, sino que también sufrió algún que otro episodio en sus años mozos —contaba con 25 palos en el momento de sufrir el que es protagonista de estas líneas—.
Por cierto, al respecto de unas fiebres de no te menees que agarraron un par de años después el emperador y su churumbel Felipe —estuvimos a punto de quedarnos sin heredero, que estuvo muy malita la cosa—, se cuenta que a oídos de la churri de Carlos V, esto es, la emperatriz Isabel, había llegado la existencia de una fuente que de la que se decía que brotaba agua milagrosa, pues así la consideraban los habitantes de Madrid desde siempre. Ni corta ni perezosa pidió que trajeran un poco de esa agua para su marido y su churumbel, a ver si se enderezaba la cosa.
Y se enderezó. A los pocos días comenzaron a mejorar, y como agradecimiento —y más tras saber que el agua frotaba de una fuente que ni fu ni fa—, la emperatriz Isabel ordenó en 1528 que se levantara una pequeña ermita allí donde brotaba la fuente que llevaba por nombre el de un santo llamado Isidro para darle las gracias por los servicios prestados. Así se puede leer en la inscripción superior de la fachada de la ermita actual.
Eso se cuenta.
Por cierto, que la actual data de 1725, año en el que se acometió su restauración. De la original apenas queda rastro. Para vuestra información.