Vida del emperador Carlos V día a día: 7 de enero

El emperador Carlos V poseía el don de la ubicuidad, o sea, que podía estar al mismo tiempo en distintos lugares. ¿No me creéis? Pues el día 7 de enero de 1540 se encontraba en mi pueblo, o sea, en Saint-Denis, en las proximidades de París, y también en Madrid. Y así lo dejó consignado Foronda y Aguilera en su obra dedicada a los viajes, hechos y circunstancias del emperador.

¿Qué? ¿Cómo se os queda el cuerpo? Como esos reyes absolutistas con los que nos obsequió la historia siglos después, que se creían poco menos que Dios.

Vaaaale…

La cosa tiene truco. Sí, estuvo ese mismo día a la vez en Saint-Denis y en Madrid, sólo que Saint-Denis es la que es —no lo que es ahora. Y vamos a dejarlo ahí—, y Madrid era Madrid en France, como refiere Foronda y Aguilera. O sea, una chabolilla que ordenó construir el francés, esto es Francisco I, a su regreso de la pensión completa con la que le obsequió el emperador al pie del Manzanares. Como entonces estaban en paz, amor y comandita después de las últimas hostialidades, el emperador decidió aceptar la invitación del francés de pasar unos días con él en Francia.

La historia del referido lugar tiene su miga. Parece ser que, al volver de su cautiverio en Madrid, Francisco I quedó hasta el gorro de sus primeros días en el Louvre —antes de museo fue palacio, por si no lo sabíais—, así que ordenó que le hicieran uno como Dios manda, a su gusto. Tanto se implicó, que se cuenta que suyo es parte del diseño de lo que está considerada como una de las grandes obras del Renacimiento francés; que finalizó en 1548 el arquitecto Philibert Delorne toda vez que Francisco ya llevaba unos cuantos años criando malvas.

¿Y esa querencia por Madrid?, os estaréis preguntando. Parece ser que le gustó uno de los lugares donde estuvo alojado en Madrid hasta que el lugar asignado para cautiverio en el Alcázar—el que se quemó tras un incendio en 1734. El origen de ese incendio sigue siendo un misterio— estuvo concluido. Y ese lugar era el Palacio de Vargas de la Casa de Campo. Un lugar tranquilo, al pie de un bosque… Culo veo culo quiero, pero cerca de París.

Claro que luego están los que dicen que lo de Madrid era una coña marinera, sin más; cuyo origen está en que, cuando volvió de allí, Francisco donde menos estaba era en el Louvre y más en aquella chabolilla que había ordenado construir para su solaz. De ahí que, con mala leche —muy mala, hay que insistir en ello—, la peña dijera que andaba en “Madrid” porque nunca se le veía el pelo, como cuando estaba preso. Pues eso.

Y todo esto para decir que el emperador Carlos V tenía el don de la ubicuidad. Por contar aquí se cuenta todo. Y de todo.

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