Battiato

Fue una tarde de noviembre. Quizás 2008 o 2009, no lo recuerdo con exactitud. Sí el lugar: Berlín. Era la primera de las muchas visitas que he hecho a esa ciudad. Desde aquella vez, siempre que entro en aquel lugar, lo hago cantando un estribillo: el estribillo que me enseñó Franco Battiato. El lugar es la Alexander Platz.

Hoy se ha ido. Seguiré cantándolo cada vez que regrese a Berlín, pero él ya no estará.

Se me ha ido un referente. En un mes, él y otro más, el más importante de mi vida, como era mi padre. Pero Battiato… Battiato siempre fue especial. Desde la primera vez que le escuché allá por los 80 del pasado siglo en un programa de TVE; cuando en TVE había programas de música. Realmente era un tipo singular. Estaba de moda entonces por algunas canciones. Las más conocidas. «Yo quiero verte danzar» y «Centro de gravedad». La ola de la moda, como en una ocasión le escuché decir. Y me gustaron. La música, las letras. Distintas a todo lo que había escuchado hasta entonces.

Con los años descubrí a un cantante único; cuyas letras decían mucho más de lo que plasmaba en negro sobre blanco. Gracias a él supe que un viento a treinta grados bajo cero barría avenidas desiertas y los campanarios; que había voluntarios laicos capaces de bajar las escaleras en pijama para ayudar a unos prisioneros; incluso me hablaba de la existencia de mundos lejanísimos, de civilizaciones enterradas, de continentes a la deriva; o que la bandera blanca servía para mucho más que rendirse, pues seguía ondeando orgullosa. Descubrí muchas cosas de un alma que gustaba de experimentar sin descanso, al que no le importaba mezclar idiomas en sus canciones, bien recordarnos la historia para que nunca más vuelva a repetirse, o asegurarnos que estamos aquí de paso, pero que más allá puede que haya algo quizás no sea tan negro como se pinta. Hacia donde ya ha encaminado sus pasos.

En una ocasión le vi en directo en el Teatro Real de Madrid. Un concierto brutal. Despidió la noche con siete bises, siete. Nadia quería marcharse del teatro. Aceptó la salva final de aplausos de pie, llevándose la mano al corazón, asintiendo, en silencio, sin decir nada. Agradecido. Sólo agradecido.

Son tantos y tantos los recuerdos gracias a sus canciones…

Fue una tarde de octubre. Quizás 2006 o 2007, no lo recuerdo con exactitud. Sí el lugar: Tozeur, en Túnez. Un lugar solitario y caluroso. Un viaje de trabajo. Aquel era especial por el lugar. Aproveché un momento libre, tomé un taxi, y me planté en las afueras buscando ver pasar trenes. Eso le dije al taxista en mi francés para salir del paso. Se encogió de hombros y decidió esperarme. Este colgado, y tal. Para mi sorpresa, nada más llegar allí, pasó uno. Lo hizo lento, muy lento. Como en la canción de Franco Battiato.

Hoy ha dicho que ya fue suficiente, que ya fueron muchas canciones. Que ya fue demasiada vida.

Descanse en paz.

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