Ser conocido en situaciones de riesgo te puede salvar la vida o condenártela para siempre. Al rey Luis XVI de Francia le jorobó el plan de escapar con la familia a cuestas cuando un anciano le reconoció. Cosas de haberle visto en Versalles y tal, y para la trena. Ocurrió tal día como hoy como hoy de 1791. Ya vemos por dónde va el asunto, ¿verdad? Pues vamos con él.
Que el percal se complicó para la familia real francesa con el estallido de la revolución es tan evidente como que mañana es jueves y hace ya un calor de tres pares de narices. Por centrar el asunto, una turba arrasó el palacio de Versalles de París el 6 de octubre de 1789 y el rey decidió trasladarse al de las Tullerías; que no era, ni por asomo, como aquel primero. Pequeño, sin apenas comodidades. Una tragedia para Luis XVI y su familia. Que así no se puede vivir, que si un poco de humanidad y todo eso. Porque, con ser pequeño el reducto en el que acabó con su prole, lo peor es que paredes y ventanas afuera le esperaba el populacho con ganas de darle recuerdos, saludos, los buenos días, buenas tardes y buenas noches después de años y años sin hacerlo. Todo junto. Y claro, eso no le gustaba. Así que, instado por su mujer, María Antonieta, decidió escapar.
Realmente quien los tenía bien puestos era ella. Frívola y todo lo que queráis, pero forjada en hierro. Para lograr su propósito, recurrió al conde Axel von Fersen, un aristócrata sueco con el que había trabado confianza (y ahí lo vamos a dejar). El plan consistía en escapar de noche, cuando nadie los viera, hasta la frontera con Bélgica. Veinte horitas de viaje y sin parar. Para la época y en aquellos carruajes, casi como que apetecía más que te sacaran todas las muelas, pero era lo que había.
Total, que a eso de las dos de la madrugada del 21 de junio de 1791, después de seguir al detalle un plan al que os recomiendo echar una ojeada porque no tiene desperdicio, la familia real se largó de París; donde no se dieron cuenta de la huida hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Y claro, se lanzó la orden de detenerlo a la de ya. Cosa complicada, porque los fugados viajaban con identidades falsas. Hasta que llegaron a Varennes-en-Argonne, a poco más de 50 kilómetros de Montmédy, el destino escogido.
La carroza que llevaba al rey llegó a tal punto ya de noche, donde también se tenía constancia de su huida. La máxima autoridad del lugar revisó sus papeles y dijo que estaban en regla, pero alguien le insistió que era el rey y que eso de dejarle escapar, como que nanay. A la espera de que se aclarara el asunto, aquella autoridad invitó a la familia real a alojarse en su casa, que ya no eran horas aquellas y esa gente tendría hambre, pensó. En paralelo, llamó a un vecino mayor de lugar que había estado en Versalles y conocía al rey. Y claro, fue ver allí a Luis XVI dándole al queso a dos carrillos y aquel vecino arrodillarse ante él. Se acabó la historia. Para París, caminito de la guillotina.