Hoy es uno de esos días que te preguntas «¿lo cuento o no lo cuento?», y tras darle un par de vueltas le echas narices y te dices «¡venga, va: lo cuento!». Y lo voy a contar. ¿El qué? Que tal día como hoy de 1617 la palmó Pocahontas. Sí, ella. Cerca de Londres. Y ahí va lo siguiente para destripar estas cuatro líneas —que eso de spoiler queda muy feo— a quien no quiera seguir leyéndolas: fue más desgraciada que Carpanta —para los de la LOGSE: personaje de cómic del gran Francisco Escobar— cuando veía volar el pollo al que estaba a punto de hincarle el diente. Porque una cosa es lo que cuenta la película de Disney —historia de amor almibarada hasta el techo—, y otra la realidad. Y la vida de Pocahontas tuvo poco de cuento de hadas.
Cuenta la película que se enamoró de un inglés al que salvó de ponerse a criar malvas —lo que no acaba de estar claro. Que si ella fabuló más de ella, que sí el tres cuartas partes de lo mismo—, y que el inglés se tuvo que marchar a su tierra para recibir un tratamiento médico. Lágrimas desgarradoras, palabras de amor eterno. Love Story y todo eso.
Pues no. Para empezar se llamaba Matoaka y la apodaban Pokahantesú —niña traviesa o maleducada en lengua algonquina, la que hablaba su tribu—, que los ingleses —y la Disney, que le ha sacado gran partido al asunto— transformaron en Pocahontas. Y de divertida, repito, su vida tuvo poco.
Hija de Wahunsonacock —Powhatan para los ingleses—, gran jefe de la tribu Powhatansu —ahora entendéis lo de Powhatan, ¿no? —, y de Nonoma Winanuske Matatiske, recibió al nacer el nombre de Matoaka. Dicha tribu se asentó en Virginia tras echarla de Florida los nuestros que llegaron allí a finales del siglo XVI con afán de saber qué se cocía por aquellas tierras. Un jefe con poder absoluto, incontestable, y donde la mujer pintaba mucho —sí, mucho. De ahí el papel que tuvo Matoaka.
A comienzos del XVII, se presentaron los ingleses por aquellas tierras, y la tribu Powhatan no los vio con malos ojos de primeras; un grupo de londinenses —la compañía de Virginia— con ganas de hacer negocios y explorar las posibilidades económicas de la zona. Para ganarse unas perrillas y ver qué había por allí que les pudiera interesar. Y se establecieron en un asentamiento que llamaron Jamestown, a orillas del río James —no se rompieron mucho la cabeza con el nombre—, que era insalubre a más no poder. Así que, para poder sobrevivir, los recién llegados recurrían a lo que les llegaba de Inglaterra, que era más bien poco, y a la ayuda de los Powhatan. Una buena relación, intercambio de cosas. Paz y amor. Pero luego empezaron a llegar más y más ingleses y la relación se envenenó debido a las exigencias de los que los indios llamaban tasantasa —intrusos—. Y se lio parda.
Y ahí es donde aparece Matoaka, con sus tiernas doce primaveras recién cumplidas, criaturita ella, cuya presencia era habitual en Jamestown. Aquí surgen dos historias. La primera, que salvó la vida del capitán John Smith —sí, el de la película—, al que Wahunsonacock quería mandar para el otro barrio. Matoaka le rogó que no lo hiciera, y le regalaron una película preciosa a Disney.
La otra cuenta que todo lo anterior no es más que una elucubración —iba a llamarlo de otra manera, pero he preferido tirar por el camino de la educación. Os podéis figurar qué le iba a llamar— de Smith; cuya relación con la tribu servía para mantener las cosas tranquilas entre ambas partes y evitar una guerra con los ingleses, en la que llevaban las de perder.
Pero la cosa se agrió, hubo guerra, y a Matoaka le pilló como al miércoles, o sea, en medio. Fue capturada por un tal Samuel Argall, que la llevó como rehén a Jamestown con la intención de intercambiarla por ingleses rehenes de los indios. Allí fue bien tratada, perfeccionó su inglés, se convirtió al cristianismo —fue bautizada como Rebecca—, y hasta se casó con un colono llamado John Rolfe, con el que tuvo un niño al que llamaron Thomas.
Y como la compañía de Virginia quería mostrar lo bien que le iban las cosas en América, la mandaron junto al marido de vuelta a Londres como ejemplo de que no mentían. Matoaka fue presentada en sociedad e incluso llegó a conocer al rey en palacio —y hasta se cuenta que se encontró allí con John Smith, y que pudo haber tema entre ellos. Otros dicen que ella no le podía ver ni en pintura—, y la palmó cuando estaba preparando la vuelta para casa. Se cree que de disentería, viruela o tuberculosis. A los 21 años.
Por cierto, el hijo, Thomas, amasó gran fortuna y fue el germen de una de las grandes familias de Virginia. Por si os interesa.