El 3 de marzo de 1875 se estrenó «Carmen», la ópera de Georges Bizet, su celebérrima ópera, en la Ópera-Comique de París. Mucha ópera, sí. ¿El estreno? Un fracaso como un piano de grande. Que sí, que sí, que ahora todo dios la conoce, la tararea y está reconocida como una de las grandes de la historia; pero el día del estreno, Bizet se comió los mocos. Le dieron de hostias hasta en el cielo de la boca. Como si no hubiera un mañana. Eso, por el estreno.
Lo cierto es que aquel teatro le encargó una ópera en actos; y también le escribirían el libreto basado en la obra de Prosper Merimée —Meilhac y Halévy se encargaría de ello—. Eso fue en 1872. Bizet no dio señales de vida hasta la primavera de 1874, cuando les soltó que ya tenía escrito el primer acto de Carmen. Lo iban a flipar.
Y vaya si lo fliparon.
Porque la peña no estaba acostumbrada a ver contrabandistas, cigarreras, gitanos o corridas de toros —muchos no tenían ni repajolera idea de qué era eso— en un escenario. Que parece mentira, también, que no conocieran el viaje que se marcó Mérimée por esta piel de toro nuestra allá por 1830; y de lo que le contó la condesa de Montijo. A ver: España, siglo XIX, ¿qué esperaban? ¿Cortesanos y cortesanas paseando por un parquecillo bucólico y diciéndose cositas al oído? ¿Naves en llamas más allá de Orión? De los Pirineos para abajo, esto era —y sigue siendo— otro asunto. Inclasificable, también es cierto.
Total, que el estreno fue, según los entendidos de la época, un truño de proporciones ciclópeas. Así que Bizet se cogió una depresión de caballo. Que si tanto curro para esto, que anda y que os zurzan a todos. Gañanes, que sois una panda de gañanes; que ya habrá quien la entienda y la reconozca dentro de unos años. Y no fueron años, sino meses después, cuando se estrenó en Viena —el 23 de octubre de ese mismo 1875—. Aquello fue el acabose. Todo dios puesto en pie y echando humo las palmas reconociendo lo que es: una puñetera obra maestra. Pero Bizet no lo pudo ver: la palmó tres meses después del estreno. Tenía treinta y siete tacos y sólo pudo ver treinta y tres representaciones de su obra maestra. Puta vida.