Las Capitulaciones de Santa Fe

Las cosas, cuanto más atadas mejor. Eso fue lo que debieron de pensar sus católicas majestades ―Isabel y Fernando y viceversa. Por eso del tanto monta, etcétera― y un aventurero llamado Cristóbal Colón, que tal día como hoy de 1492 dejaron firmadas las Capitulaciones de Santa Fe. Por lo que pudiera pasar.

Colón y sus católicas majestades ya se habían puesto jeta unos meses antes, cuando el primero les fue a los segundos con aquello que llegar a Asia cruzando el Atlántico para, así, no meterse en líos con el rey Juan II de Portugal. La cara de «qué nos estás contando, colega. ¿Tú estás en tus cabales» que le debieron de poner instó a Colón marcharse una temporada a reflexionar sobre el particular, para lo que se recluyó en el Monasterio de la Rábida, en Huelva, donde contó con el apoyo de un monje llamado fray Juan Pérez; que le creyó tanto como que mañana es martes 18 de abril.

Total, que fray Pérez ―confesor como lo había sido de la reina Isabel― se las ingenió para convencer a sus católicas majestades. Conociendo como los conocía ―Colón, digo―, sabía que lo que más les tiraba era eso de cristianizar todo aquello que se pusiera por delante. ¿Qué fue lo que les dijo? Que había tierras apartadas de las manos de Dios necesitadas de su palabra, que había atraer a su fe a los hijos que las habitaran; y que con las perras que allí se encontraran se podría financiar la tan ansiada liberación de Jerusalén, otra vez en manos de los pérfidos infieles. Que conocía el percal, vamos.

Personas cercanas a sus católicas majestades quedaron impresionadas con los planes de Colón. El que más, Diego de Deza, dominico y miembro del consejo de Salamanca, y también el arzobispo de Toledo, el cardenal Pedro González de Mendoza. El segundo, incluso, se encargó de darle audiencia ante sus católicas majestades, a las que llegó a decir que Colón era un “hombre cuerdo y de buen ingenio y habilidad”. Unamos a todo lo anterior que Luis de Santángel, receptor de las rentas eclesiásticas de Aragón, convenció a Isabel para que aceptara las condiciones de Colón; y que Beatriz de Bobadilla, marquesa de Moya, y el duque de Medinaceli se lo curraron igualmente para que concediera audiencia al aventurero. Con todo eso, sus católicas majestades recibieron de nuevo a Colón ya con la Reconquista marchando como los planes de un veinteañero a punto de marcharse de Erasmus.

De todo ello resultaron las capitulaciones anteriormente mencionadas, que fueron firmadas tal que un día como el de hoy de 1492. Luego vendría lo del descubrimiento de América, etcétera. Para qué contaros lo que ya sabéis.

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