Si, tomáoslo a coña, pero ni el francés, ni tampoco el turco, ni mucho menos los protestantes alemanes pudieron con él. ¿Iba a hacerlo un melón? Vistos los antecedentes -o al menos eso cuenta la leyenda-, como para tomarse a coña el asunto; pues cuentan que tanto su abuelo -Maximiliano I- y bisabuelo -Federico III- se fueron para el otro barrio después de ponerse hasta las trancas de tan apetitosa fruta.
¿Y Carlos no? Recoge José V. Serradilla Muñoz en su libro ‘La mesa del emperador’ -muy recomendable- que estando ya en Yuste en el verano de 1557 un día se le antojó comer melones. Que me pueden, que me los traigan por el amor de Dios, etcétera. ¿Que si le gustaban? De esta fruta solía decir que “es mejor un ruin melón que un buen pepino”.
¿Se los consiguieron? Faltaría más; que puede que ya no fuera emperador, pero el que tuvo retuvo. Ahora, ¿los cató? No padre. Aquellas noches de agosto el relente era para verlo y los dejó tiesos. Se pilló un rebote que reíos de lo del VAR estos días después del Barça-Real Madrid.
Eso que ganó. ¿Por qué? Su abuelo Maximiliano I y bisabuelo Federico III también eran de los que perdían la cabeza por un buen melón. No una tajadica, no. El melón entero. Y se cuenta que tanto uno como otro la palmaron de pegarse una jartá de melones. Dice la leyenda, insisto; pues no son pocos los que insisten que lo que se lo llevó por delante a Maximiliano fue un resfriado mal curado. Además, como era previsor, desde 1514 se hacía acompañar de su propio ataúd por si el óbito lo pillaba fuera de casa. No fuera a ser que tal Pascual.
De Federico III se cuenta lo mismo, que un día se puso a criar malvas por pegarse una buena tupa de melones como decimos en mi pueblo -Valverde de la Vera, Cáceres. Precioso no, lo siguiente-. Aunque también los hay -más atinados- que aseguran que la palmó a consecuencia de las complicaciones derivadas de la amputación de una pierna que sufrió en 1493. Siglo XV, amputaciones. Pues eso, un drama.
Ay, las leyendas…