Vamos a ver, ¿lo de que Carlos V se largara a Yuste fue algo meditado, venga a darle vueltas a la chaveta, que dónde te vas a meter y tal, o algo que dijo venga para allá y que salga el sol por Antequera?
Dice Geoffrey Parker, que otra cosa no, pero del XVI español sabe un rato, que el emperador mandó a una comisión de hombres para ese monasterio para que le informaran bien acerca de dónde diantres se iba a meter. “Hombres doctos y prudentes” para “considerar la casa, el sitio, el cielo, la disposición del Monasterio de San Gerónimo de Iuste”, recoge Parker en su biografía definitiva sobre el emperador. Una gozada, ya lo advierto. Según insiste Parker, y esto es algo que el emperador largó a Francisco de Borja cuando fue a verlo ya en Yuste para informarle de que había decidido abrazar la vida religiosa, estos hombres “le llevaron relación de todo”. Que se lo curraron, vamos.
Hay otra versión. Es de 1558, y su protagonista es un embajador portugués que también lo visitó en Yuste. Según el tipo, le largó algo así como que le hubiera ido mejor apartándose nada más liarse a hostias con los protestantes alemanes en 1547. Lógico, pues de esta manera se habría evitado -siempre según aquel embajador- tener que salir de Innsbruck por patas para que no le echara el guante el traidor de Mauricio de Sajonia; o se hubiera ahorrado el frío y lo canutas que las pasó en el asedio de Metz. Aquel frío, los sabañones, sus soldados palmándola como moscas por culpa de la rasca, la nieve y la lluvia. Con razón.
Y una tercera versión apunta a que, ya por Bruselas, confesó a sus cercanos que menuda suerte había tenido, porque ¿y si lo llegan a capturar en cualquiera de esas escaramuzas relatadas en el párrafo anterior o en cualquier cachondeo que le montara Enrique II, hijo de su archienemigo Francisco I, rey de Francia? ¿Quién hubiera pagado el rescate? ¿Su hijo Felipe estando las arcas reales como estaban, más tiesas que la mojama?
Pues eso. Que para Yuste. Y que les dieran morcilla a todos y a todo.