Lo de la llegada de Napoleón a Santa Helena

Tal día como hoy de 1815 desembarcó Napoleón Bonaparte en la isla de Santa Helena, donde lo mandaron los británicos con tal de quitárselo de en medio. Estate quieto ya de una vez y tal. Y tanto que se estuvo quieto, porque lo más divertido que se podía hacer en aquella isla perdida de la mano de Dios, a 1800 kilómetros de distancia de la costa de Angola, por un lado, y a unos 4000 de Río de Janeiro por otro, era contemplar el mar, sus gaviotas volando, etcétera; isla que había sido descubierta por Juan de Nova, un navegante español al servicio del rey de Portugal, en 1502 cuando regresaba de un viaje de la India, y que bautizó con el nombre de Helena de Constantinopla.

A Napoleón Bonaparte lo desterraron a Santa Helena tras la derrota en Waterloo, que a él le sentó como una patada en la entrepierna, pero que a ABBA los hizo ricos y eternos. Lo mandaron allí hasta el gorro de que la liara parda cuando le saliera del lugar del lugar de la patada anterior. Así que allí, en Santa Helena, pasó los últimos cinco años de su vida sin más diversión que escribir sus memorias y más aburrido que cualquiera viendo cómo se seca la pintura de una pared.
Eso sí, allí estuvo bien acompañado—aparte de los pocos franceses que cayeron junto con él en aquella isla—, aunque desde la distancia, pues como los ingleses se fiaban de él tanto como un labriego de un cielo de nubes negras, enviaron dos escuadrones de infantería y una flota a Santa Helena. En total, 2500 efectivos para evitar que Napoleón se le ocurriera hacer la gracia y escapara de lo que entonces se consideraba un búnker que sobresale del agua y con el Atlántico Sur como horizonte.
Lo más chachi del asunto es que Napoleón estuvo recibiendo correspondencia en Santa Helena hasta el año 2000 según asegura Michel Dancoisne-Martineu, administrador de los “Dominios franceses de Santa Helena”. ¿Y eso?, os estaréis preguntando. Resulta que en 1858, Napoleón III, sobrino del primero e inimitable, compró para Francia Longwood House, la casa en la que vivió cautivo su pariente durante cinco años; y asimismo el llamado Valle de la Tumba, el erial escogido por Napoleón para ponerse a criar malvas hasta que sus restos fueron repatriados en 1840 —ahora están en los Inválidos, por si también lo queréis saber—. Más tarde, una familia donó al Estado francés el llamado pabellón Briars, primera estancia de Napoleón en Santa Helena. En total, entre estos tres emplazamientos, 16 hectáreas propiedad de dicho Estado en suelo británico. Así son las cosas.

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