Los personajes de Mühlberg: Juan Federico de Sajonia

Nacido en 1503, en 1532 sucedió a su padre, Juan, y se convirtió en Elector de Sajonia y duque de Sajonia-Wittenberg, entre otros cargos. Asimismo, no sólo continuó la labor de su padre de defensa de la reforma protestante ante quien fuera, sino que fue más allá. Por eso se ganó a pulso ser el gran enemigo del emperador Carlos V allá por 1530, es decir, diecisiete años antes de lo de Mühlberg. Se vieron las caras en la Dieta celebrada en Augsburgo, y allí quedó claro que lo que tenían entre ambos nunca se resolvería por las buenas.

 
En aquel 1530, como ya dije ayer, unos cuantos nobles alemanes se reunieron a continuación en la ciudad de Esmalcalda, y de ella salieron con un nombre —Liga de Esmalcalda— y unas ganas que te rilas de decirle dos o tres cosas al emperador Carlos V sobre la cuestión alemana. Y hasta cuatro si se terciaba la ocasión: que si más autonomía, que si Roma y sus obispos lo más lejos posible y aquí lo que se lleva es el protestantismo, que es nuestra religión, etcétera. Y Juan Federico, al frente de todos ellos.
 
Todo eso, como dije ayer, insisto, se fue inflando a la misma velocidad e intensidad que al emperador lo que tenía entre las piernas, hasta que se dio aquello que se suele dar en estos casos. Hondonada de hostias, que decía el gran Manuel Manquiña.
Eso fue lo que ocurrió en Mühlberg, a orillas del Elba, el 24 de abril de 1547. Incluso, consta una carta enviada por el emperador a su hermano Fernando, Rey de Romanos, con fecha de 2 de febrero de 1547 —es decir, un par de meses antes—, en la que le dice que había que “exterminar” al duque Juan Federico de Sajonia, entre otros tipos, pues de otro modo nunca llegaría a pacificarse Alemania. Así estaba el patio.
 
Con ver el retrato os podéis hacer una imagen de la corpulencia de Juan Federico de Sajonia. Acostumbrado como estaba —está documentado— a desplazarse en carro de un sitio a otro, el día de la batalla decidió plantar cara al emperador y sus huestes a lomo de su caballo, vestido con una armadura que no es de este mundo —por el tamaño. Hecha a medida para él, como es lógico—. Qué le ocurrió ese día lo podéis encontrar en cualquier web que recoja lo que allí aconteció, o bien lo podéis leer en la novela, pero os podéis hacer una idea de cómo acabó el asunto para él. Malamente, tra, que canta Rosalía.

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