Un día duró la República de Rutenia

Hay cosas que duran un suspiro. Y eso es lo que más te joroba después de echarle tiempo al asunto. Horas, días, semanas, meses. Hasta años. Luego, ¡zas! Duran lo que duran. Menos que la honestidad de un político, que ya es decir. 

Pues eso mismo le pasó a la República de Rutenia, que duró un día. Uno.

Por situar, lo de Rutenia era un vodevil: un territorio de los Cárpatos ucranianos, una minucia en el mapa de Europa de donde, sin embargo, surgieron genios como Andy Warhol —Andrij Warhola de nacimiento—, el magnate británico de prensa Robert Maxwell —nacido Jan Ludvik Hoch—, o el fundador de la Paramount Pictures, Adolfh Zukor. Eso sí, una minucia si se compara con su historia, pues aquel territorio formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Un vodevil, insisto; en el que —al loro— convivían los ucranianos, la mayoría de la población, con minorías húngaras, eslovacas, rumanas, alemanas y judías. Tela. Por si no tenían bastante, al acabar la Primera Guerra Mundial, Tratado de Saint Germain mediante, le endiñaron la República de Checoslovaquia. Ale, ahí tienen ustedes el vodevil. Que lo disfruten. Y vaya si lo disfrutaron.

Eso de tener a su lado a los checoslovacos, para empezar, le sentó a la mayoría ucraniana como una patada en los huevos, para qué nos vamos a andar con tonterías; a lo que hay que unir que las minorías alemana, húngara y soviética —que también la había, faltaría más. Nunca ha de faltar un ruso en ninguna fiesta— se dedicaron a ganar influencia en la política rutenia durante los años siguientes.

Hasta que llegamos a 1938. ¡Oh!, ese año. Conferencia de Múnich, lo de la República de Checoslovaquia, los Sudetes y su querencia por parte de los nazis. ¿Os suena el asunto? De aquella conferencia, a los húngaros les tocó en suerte —o en desgracia. Estas cosas nunca se saben— un importante territorio al sur de Rutenia. Así que, viendo los checoslovacos el percal, decidieron darle una mayor autonomía a Eslovaquia y a Rutenia, con el nacimiento de una formación paramilitar nacionalista rutenia incluida: la Guardia Sich. Lo de «El Sulfato Atómico» de mi admirado Ibáñez se queda corto comparado con este asunto. Unamos a todo lo anterior lo que se estaba cociendo en Europa, es decir, una preciosa ensalada de hostias, y llegaremos al 15 de marzo de 1939.

Ese día, Alemania invadió Checoslovaquia. A los nazis, que todas estas tonterías —así, en general— se la traían al pairo, decidieron que Bohemia y Moldavia serían un protectorado suyo. Los eslovacos dijeron esta es la mía y declararon la independencia. ¿Y los rutenios? Ni Cristo los avisó. Así que, por sus santos cojones morenazos, también se declararon independientes. Para chulos, nosotros, y todo eso; con constitución democrática incluida, creación de una Dieta legislativa, el ucraniano como idioma oficial y bandera: la de Ucrania.

Total, que los húngaros, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y como allí tenían una minoría a la que proteger, entraron en Rutenia preguntando qué cojones pasa aquí, pegaron cuatro tiros, y la tontería duró un día. Uno. Ese 15 de marzo. Rutenia acabó incorporada al día siguiente a Hungría, y aquí paz y después gloria.

Aunque paz, paz, lo que se dice paz, poca. Con la Segunda Guerra Mundial, a Rutenia se las dieron de todos los colores: los nazis, por un lado, y los soviéticos por otro cuando decidieron atacarla ya en las postrimerías de la guerra. Luego vendría la posguerra, que también fue de aúpa para Rutenia.

Pero, ya si eso, para otro día.

 

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