Tela con el 16 de diciembre de 1542. Pero tela telita. Ya he dicho en alguna ocasión que por aquellas fechas el emperador Carlos V se encontraba en tierras levantinas, y ese día en concreto dejó Valencia para viajar hasta Buñol previa parada en Miralcampo, donde se detuvo para reponer fuerzas —lo que viene siendo comer—. Hasta ahí nada extraordinario, ¿verdad? Lo de siempre, estaréis diciendo.
Lo extraordinario viene a la hora de echar un vistazo a su actividad —intensa— en lo tocante al gobierno de sus reinos: veintitrés cartas, una cédula y petición de dos provisiones de fondos. Todo eso generó en un solo día, en ese 16 de diciembre de 1542, el emperador Carlos V. La primera pregunta que os estaréis haciendo es que de dónde sacó el tiempo estando como estaba de un lado —Valencia— para otro —Buñol— y sin más tiempo que para comer, y gracias. Una de dos: o se pegó una pechada de narices antes de partir de aquella primera ciudad, o al llegar a Buñol le estaban esperando para que echara un garabato tras otro a todo lo que sus consejeros le tenían listo una vez alcanzara el destino. Porque en el camino, con el traqueteo del asunto, difícil que le saliera una firma decente. O a saber.
Cartas para todos los gustos: desde darle una colleja a un marqués —Foronda no especifica quién es el agraciado— para que no sangrara tanto a impuestos a los pescadores de Tortosa, hasta pagos de todo tipo de deudas, de cantidades a satisfacer, de pagos pendientes a soldados —lo cual ya comenzaba a ser una práctica habitual. Luego pasaba lo que pasaba—, pasando por saber cómo andaban las obras de la fortificación de la villa de Burriana o qué hacer —«prevenciones» lo deja consignado el encargado de redactar la carta en ese momento. Lo traducimos como qué narices hacemos llegado el caso— «si los de Bayona van contra los de San Sebastián». O sea, si se desataban las hostialidades de qué manera reconducir el asunto.
En cuanto a la cédula, la que expidió aquel día trataba el asunto del indulto a Luis de la Casa. ¿Que quién era el colega? Lo he buscado por activa y por pasiva, y ni rastro. Una pena, oigan.
Finalmente, las provisiones, que en lo tocante a las perras la Corona siempre ha andado más tiesa que la mojama. Y con Carlos V, la mojama ya empezaba a ser lustrosa. Por eso el emperador pedía al tesorero general de Valencia que se preparara para soltar perras al Duque de Calabria —10.000 libras de moneda valenciana— y a los testamentarios de la reina Doña Germana —su abuelastra, a la que dejó preñada, lo recuerdo—. Perras, en este último caso, que se les debían de sus salarios, un total de 8.383 ducados. Que ya iba siendo hora, porque Germana la había palmado en 1536.
Pues todo eso, el 16 de diciembre de 1542. Como para que no le echara humo la mano de tanta firma.