Fue el 7 de marzo de 1500 cuando el que sería Carlos I de España y V fue bautizado en Gante. La cosa cayó en sábado, por si tenéis curiosidad de saber el día; y fue bautizado con el nombre de su bisabuelo, o sea, Carlos, al que llamaban el Temerario —la palmó en la batalla de Nancy, en 1477. Ahí queda un apunte para explicar el porqué del apelativo.
¿Cómo fue el asunto? Iba a decir pues como un bautizo cualquiera, pero no; porque el que recibió tal sacramento aquel día, de cualquiera tenía poco. Para empezar, lo del bautizo pilló a mucha peña por sorpresa. No eran pocos los que no tenían ni santa idea de que la madre —Juana— estuviera embarazada, pues se las apañó siempre para ocultar su estado. Luego pasó lo que pasó —Felipe y sus cosas. Lo de la noche del parto fue la gota que colmó el vaso— y pasó lo que pasó, que Juana dio a luz a un churumbel cuando fue al baño pensando que iba a aliviar la vejiga o el estómago. O ambas cosas si se tercia.
Total, que aquel 7 de marzo de 1500 hubo bautizo en Gante y de los gordos: que si un desfile que te pasas por las calles de la ciudad, adornadas con antorchas y todo aquello que las dejara hechas un pincel, que si un grupo de malabaristas para entretener a los presentes en la plaza donde se levantaba antigua iglesia de San Juan…
Lo mejor del asunto es que aquella iglesia todavía estaba en obras, con su torre sin terminar. Era la iglesia de San Juan Bautista, y ya. Eso sí, el espectáculo fue para verlo: para empezar, una pasarela que sí, que sirvió como tal, pero también tenía su carácter simbólico, jalonada con cuarenta arcos triunfales simbolizando cada uno los futuros Estados del recién nacido y las virtudes del príncipe. Además se construyó un tablado que te pasas en la iglesia para celebrar el sacramento; y la iglesia se adornó con paños de oro y seda y en un aparador se colocaron vasos de oro y plata. Pero buenos, buenos.
En cuanto a los padrinos, como madrinas ejercieron Margarita de York —hermana de Eduardo IV de Inglaterra y viuda de Carlos el Temerario— y su tía Margarita de Austria, mientras que el padrino fue Charles de Croy, príncipe de Chimay.
Por cierto, que Carlos V volvió por su tierra natal unos cuantos años después, hacia 1540, y pidió que la iglesia en la que fue bautizado fuera elevada al rango de catedral. ¿Un sentimental? Pues no tanto, porque como sus paisanos decidieron tocarle un poco los cojones —no sin razón—, decidió tirar abajo la antigua abadía de San Bavón, lo que era la catedral de la ciudad, para construir una ciudadela que acogió el cuartel general de los españoles en Flandes. Así que el abad y los monjes tuvieron que marcharse a la iglesia de San Juan, que desde entonces recibió el nombre de San Bavón.
Aunque Carlos V nunca la vio terminada, porque la palmó antes de que eso ocurriera. Cosas de la vida.