El 8 de diciembre de 1542, jueves para más señas, el emperador Carlos V estaba por Valencia, donde permanecería hasta el 15. Y no estaba solo, pero sí de parranda —ahora contaré por qué— en compañía de su hijo, el futuro Felipe II.
Para empezar, el emperador ya llevaba viudo tres años, el mismo tiempo que la emperatriz Isabel criando malvas. La pobrecilla se fue para el otro barrio en 1539, el día 1 de mayo, como consecuencia de un parto prematuro —la criatura nació muerta— y de las consiguientes hemorragias. Eso pasó el día 21 de abril, y posiblemente se podría haber evitado que se marchara, pero como dijo su comadrona, Quirce de Toledo, con tal de no dar calda a los médicos, insistía en que lo suyo lo tendría que curar Dios si realmente tenía cura. Así que para qué marear la perdiz. Pues eso, que la palmó el 1 de mayo de 1539.
Así que el emperador andaba viudo y con un churumbel a cuestas al que se llevaba de un lado para otro. Por un lado, aprendía el oficio, y por otro la peña también se quedaba con su cara, que para eso iba a ser su heredero. Y aquel 8 de diciembre de 1542, como decía, se encontraba en Valencia; descansando de lo de Argel del año anterior, pues aquello acabó malamente, tra tra —por resumir, el emperador salió de allí como pudo, y la huida por mar no acabó en tragedia para él porque no había llegado su hora—. Y pasándoselo bien el hombre, que ya estaba pensando en subirse para Alemania y vérselas con sus príncipes sandungueros, que tenían unas ganas de jarana que lo flipas.
Cuenta Foronda y Aguilera que aquel día, para celebrar que el emperador se encontraba en Valencia, “hubo carreras de cintas y él ganó el premio”. Casualmente. Eso fue por la mañana, porque por la tarde el amigo se fue a visitar a Juana Folch de Cardona y Manrique de Lara, duquesa de Segorbe, “que estaba vestida de paño frisado, y acompañado de 80 personas, y estuvo tres horas”. Y no me elucubréis nada.
Como dije antes, en Valencia se tiraría hasta el 15 de diciembre, donde si hacemos caso a Foronda y Aguilera se lo paso bomba; pues al día siguiente “se fue de caza a un lago que está a una legua de la ciudad”, dos días después hubo nuevas justas —dos caballeros montados a caballo buscando cómo desmontar al contrario, por abreviar—, juego de la alcancía —tirar tarros de cerámica en forma de hucha al escudo del contrario. Esos entretenimientos medievales—, cuchipanda —o sea, cena— en casa de la duquesa de Segorbe y verbena —Foronda y Aguilera prefiere llamarlo baile— hasta las cuatro de la mañana.
En consecuencia, un poco de distracción no le venía mal al hombre, pues al año siguiente subiría para Alemania para darse con sus príncipes díscolos hasta en el cielo de la boca, aunque eso ya otra historia.