Iguazú

Juro que acojonan. Las cataratas de Iguazú, digo. Y mira que también me he dejado caer por las del Niágara, y ni punto de comparación, oigan. Mucho lirili y poco lerele las que comparten americanos y canadienses; un parque temático en forma de avenida, con sus hoteles, sus restaurantes, sus tiendas de recuerdos. Como cualquier paseo marítimo. La diferencia es que sus playas no las lamería el mar, sino saltos de agua.

Iguazú acojona de verdad. Su sonido es lo más parecido a un zumbido provocado por millones de abejas conforme te aproximas a aquellas cataratas entre la maleza y vegetación tupida. Porque, entre otras cosas, ahí reside su secreto: todo el entorno sigue virgen, de ahí que puedas sentir la misma emoción que experimentó Alvar Núñez Cabeza de Vaca tal que el 31 de enero de 1541. ¿Niágara? Igualito.

La biografía de este descubridor es para leerla con calma; y también dejó escritas cosas más que interesantes, relatos en los que imprimió su visión de las cosas, de lo que vio y conoció, de lo que sintió y sufrió. Mucho y bueno.

Jerezano de nacimiento, se le reconoce otra manera de dominar el Nuevo Mundo. Nada de aquí mando y ordeno, y guantazo a rodabrazo, latigazo para que me entiendas, o cogote rebanado para que los demás aprendáis. Cabeza de Vaca trataba de convencer a los indígenas con los que se topaba y dispensaba friegas de religión en su ánimo. Así pasó, que a pesar de llegar a ser Gobernador de Paraguay y del Río de la Plata, salió de allí engrilletado por defender la dignidad de las mujeres indígenas. No tenemos precio; y, asimismo, intentó impedir que los nativos fuesen estafados en los acuerdos comerciales con los castellanos. No tenemos precio, insisto.

Total, que visto lo visto, volvió para acá enfermo y humillado. Pero no se quedó quieto a verlas venir, sino que contó todo lo que vio, probó, ejerció y sufrió. Repito que todo eso lo podéis leer porque sus escritos merecen la pena.

Y fue tal que el 31 de enero de 1541 cuando, mientras acometía una expedición desde el océano Atlántico hasta Asunción del Paraguay, Alvar Núñez Cabeza de Vaca descubrió las cataratas de Iguazú. Si alguna vez os lo podéis permitir u os apetece pegaros un capricho, id a verlas.

Acojonan. Pero de verdad.

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