El 19 de septiembre de 1580 fue liberado un tipo tras sufrir cautiverio durante cinco años a manos de unos corsarios con más mala leche que un inspector de hacienda revisando las cuentas de cualquier empresa. Lo liberó un fraile cuando al fulano le faltaba poco o nada ―lo encontraron atado con dos cadenas y un grillo al asiento de una galera― para poner rumbo a Constantinopla.
Y es que aquel rescate tuvo su tela. Mucha que cortar. Para empezar, el porqué de cómo acabó el fulano padeciendo aquellos cinco años de cautiverio. Resulta que cuando regresaba de darse de hostias hasta en el cielo de la boca contra el turco en la ocasión más alta que vieron los siglos ni verán los venideros, lo capturaron a un palmo de la Costa Brava; y lo llevaron caminito del cautiverio ya mencionado. ¿Lo peor para él? Que sus captores le encontraron unas cartas de recomendación firmadas por gente del copón. Uno de ellos, el que mandaba las tropas propias que lucharon en aquella ocasión ya mencionada. Así que pensaron que podrían sacar buenas perras por el fulano. Pero nada, ni pasta ni pollas en vinagre, como dice el inmenso Luis Escobar en ‘Patrimonio Nacional‘.
Así que el tipo se tiró cinco añitos en el cautiverio del que vengo hablando. Hay hoteles de una estrella a los que diríais que sí sin pestañear comparados con aquello. Con decir que el fulano trató de fugarse hasta en cuatro ocasiones, de las que se hizo responsable en todo momento para evitar que a sus compañeros de cautiverio se las dieran de todos los colores, está todo dicho. Hasta el día que llegó aquel fraile junto a otros compadres; que se las vieron negras para recaudar la pasta que pedían los captores. Pero lo lograron, que es lo que cuenta, y lo liberaron.
Total, que el tipo volvió a España y luego nos regaló algunas historias que merecen la pena ser leídas. Una de ellas va sobre un mengano que está más para allá que para acá y que un buen día decide lanzarse a la aventura acompañado de otro gordo y bajito ―ahora es cuando me gano las hostias. Si se las han querido dar a Roald Dalh, imaginaos a mí― que es el que ponía la cordura al conjunto.