Ludwing Van Beethoven la palmó el 26 de marzo de 1827 a los cincuenta y siete años. Y la cosa tiene su miga, ya lo advierto.
Beethoven se fue para el otro barrio en medio de una tormenta de esas que ahora son tan habituales y antes la excepción. O sea, lloviendo y tronando como si no hubiera un mañana. Años finales, los suyos, más desgraciados que Carpanta viendo cómo se le escapaba el pollo al que iba a hincar el diente, como dije no hace mucho; asediado por todo tipo de dolores. Así que la muerte lo encontró tendido en la cama —le costaba respirar y de estómago e hígado no andaba muy fino—, de la que no podía moverse, y le dijo aquello de dame la manita, Pepeluí, que nos vamos de viaje. Que de esta no te escapas.
Ahora, ¿de qué la palmó? Ahí está el asunto. Vayamos por partes, que diría Jack el Destripador. Parece ser que de una pulmonía. ¿Y eso cómo se sabe? Por la autopsia que se le practicó una vez quedó listo para empezar a criar malvas, realizada por Karl von Robitanksy, con el tiempo patólogo célebre que, entre otras cosas, estableció la protocolización de las autopsias; al que relevó Johann Wagner, encargado de terminar el examen del cuerpo del gran compositor.
¿Qué encontraron en su cuerpo? Plomo como para hundir el Titanic sin necesidad de iceberg ni nada, intoxicado de tanta medicina como se tomaba para combatir la pulmonía que le llevó al hoyo; intoxicación que comenzó ciento once días —exactos— antes de la fecha de su muerte. En concreto, unas sales expectorantes que contenían plomo, remedio habitual de la época. Claro que dichas sales traían consigo un efecto secundario, como fue una hidropesía —cantidad anormal de líquido— en el vientre, por lo que le tuvieron que pinchar cuatro veces para ver si aquello bajaba, dado que el pobre no podía ni llevarse aire al pecho. Después, las punciones se taparon. ¿Con qué? Con jabón de plomo, que desinfecta. Más plomo. Pues eso.
Pero no se vayan, que aún hay más; porque Beethoven también sufría de cirrosis hepática, algo que sólo se supo una vez concluida la autopsia. Que le gustaba tanto componer como hincar el codo, vamos. La vida del tiritero, alehop, de feria en feria, pues también solía dormir en posadas donde la higiene —siglo XIX. El Ritz no eran, desde luego— brillaba por su ausencia. Dame güisqui, cheli, y lo que haga falta para componer.
Total, que se cree que, de no ser por el plomo que le metieron para el cuerpo, Beethoven hubiera durado unos cuantos años más. Tampoco demasiados, no vayamos a montar una fiesta, que el alcohol ya se había encargado de hacer su trabajo.
Y para acabar el asunto, un poco de alegría para el cuerpo Macarena a cargo de Ludwing van Beethoven.