¿Puede una guerra durar 38 minutos? A ver, poneos a pensar: 38 minutos pueden dar para mucho o para poco según lo que tengáis en la cabeza, pero para una guerra…
Pues dio.
En ese tiempo, en aquellos treinta y ocho minutos, no es que se liara la de Dios es Cristo entre Zanzíbar y el Reino Unido, pero hubo sus tiros y hasta sus muertos. Unos pocos. Eso, en treinta y ocho minutos, aunque algunos historiadores incluso alargan el asunto hasta los cuarenta y cinco.
Cuarenta y cinco, ojo.
En lo tocante a África, el siglo XIX es delicioso: sus conquistas, sus reclamaciones territoriales, la población local tratada como si fuera ganado… El ser humano. Y también sus guerras, batallas y escaramuzas. Delicioso, insisto. Como la del 27 de agosto de 1896, que enfrentó a fuerzas del sultán de Zanzíbar con las del Imperio Británico.
Todo viene por la Conferencia de Berlín, en la que Alemania y el Reino Unido se repartieron África casi tirando de escuadra y de cartabón —echad un vistazo al mapa y lo comprobaréis—. A Zanzíbar le toco el lado alemán. ¿Podría haber sido peor muerte que susto? Pues quizás; porque fue palmar el sultán Hamad ibn Thuwaini de manera súbita y armarse la marimorena. Los alemanes eran dueños de Zanzíbar, pero la población como que no los miraba con buenos ojitos, así que no tardaron en desatarse las hondonadas de hostias. Y como los zanzibaríes se sentían más a gusto con los ingleses, pues les dijeron que a nuestros brazos y con vosotros nos quedamos. Y se quedaron a partir de 1890, cuando Zanzíbar se convirtió en protectorado británico. Otra cosa no, pero de listos andan un rato los colegas, así que se reservaron el derecho a veto sobre el nombramiento de los sultanes que tuvieran que venir.
La palmó Hamad ibn Thuwaini, decía, y un tal Khalid ibn Barghash se postuló como su sucesor. Los ingleses, que como ya he dicho antes se reservaban el derecho a veto, le dijeron que nones, que su preferido era Hamud ibn Muhammad, al que veían más dúctil para sus intereses que al otro. ¿Qué hizo Barghash? Atrincherarse en el palacio con sus santos cojones y gritar a los ingleses que de allí no lo sacaba ni la Guardia Civil. Y claro, para qué queríamos más días de fiesta.
Los ingleses replicaron con aquello de te vas a enterar, pájaro, y mandaron para allá tres cruceros, dos buques de guerra, algo más de centenar y medio de fusileros y marinos y un buen puñado de zanzibaríes adeptos a la causa. Enfrente, para defender el palacio, algo menos de 3000 tipos que decían sí bwana a Barghash; al que los ingleses se lo dejaron cristalino: o te largas antes de las nueve de la mañana del 27 de agosto, o qué fantástica qué fantástica la fiesta que se desatará.
¿Se acojonó Barghash? No, padre, así que los ingleses se liaron a cañonazos contra el palacio a partir de las 9:02 —dos minutos de cortesía, y tal—. A las 9:40, la bandera de Barghash fue arriada del palacio y salió por patas de allí pidiendo asilo político a los alemanes en su consulado. El resultado de la batalla fue medio centenar de zanzibaríes que la palmaron en el asunto, mientras que sólo un inglés resultó herido en la escaramuza. Bueno, vale, en la guerra que duró 38 minutos.