Tal día como hoy de 1503 vino a este valle de lágrimas Isabel de Portugal, hija de Manuel I el Afortunado. Guapa no, lo siguiente, culta, discreta, etcétera. Y con perras como si no hubiera un mañana. Normal que el primer Carlos de España y el quinto del Sacro Imperio Romano Germánico tuviera la sandía en un solo avance por mirada. Menuda joya. Y ya cuando la conoció…
Eso ocurrió en Sevilla; y cuentan las crónicas que, nada más casarse, porque se casaron en cuanto se conocieron en persona arzobispo de Toledo mediante —y con nocturnidad, pues lo hicieron la misma noche que se conocieron—, Carlos se encerró con Isabel en un dormitorio preparado a tal efecto para conocerse muuuuucho mejor. Después se largaron a Granada de luna de miel, a esa Alhambra que quita el sentido. Seis meses largos de luna de miel, oigan, seis. Que qué bonito es esto, que qué mirada más tierna, que mira que eres guapa, que qué chispa tienes… Hasta que un día, después de venir de caza y todo acalorado, Carlos V dijo vamos a seguir conociéndonos, que no nos conocemos bien todavía, y de aquella nueva sesión de conocimiento nueve meses después vino Felipe. O sea, el heredero. Su parto fue más largo que un día con quejas arbitrales; y de la boca de Isabel no salió ni un solo grito por mucho que se lo pidieron. Desahóguese vuestra majestad y tal. Moriré, pero no gritaré contestó ella una y otra vez. Y en portugués, que suena como mejor.
De la Alhambra los sacó el francés —Francisco I— con sus correrías habituales por Italia, así que se convirtió en fiel consejera, gobernanta con mando en plaza en ausencia del gobernante y esposo, hasta que con apenas treinta y cinco palos cerró sesión como consecuencia del parto de un bebé prematuro. A su muerte, Carlos dijo que os den morcilla a todos, que no quiero saber nada del mundo, y se retiró a un monasterio de Toledo a llorar a su amor todo lo que pudo llorarla. Es más, nunca más volvió a casarse con ninguna otra mujer. Sí, tuvo sus escarceos y esas cosas —de uno de ellos nació el futuro Juan de Austria—. Luego le regalaron un retrato de su amada pintado por Tiziano para ver si así se consolaba y salió con eso de dónde narices está el colega, que mi Isabel no tenía esta nariz. En cuanto te vea la cara ya se la estás retocando, que qué poca vergüenza es esta y tal.