Uno es muy friki, no lo voy a ocultar a estas alturas. He visto, leído y oído cosas que vosotros no creeríais, y en más de una, de dos y de tres ocasiones. Al respecto me viene un diálogo —delirante— de una mis frikadas predilectas: las películas de Pajares y Esteso juntos o por separado. En una de ellas —Cristóbal Colón, de oficio descubridor—, Andrés Pajares da vida al descubridor de América, y andando como andaba por el puerto de Palos entró en una de sus tabernas y se fue directo a una mesa, donde encontró a un tipo sin más compañía que su jarra de vino. Y le soltó lo siguiente:
—¿Vos sois Juan de la Cosa?
—¿Qué cosa? —respondió el preguntado.
—Vuestro apellido.
Sí, así está el nivel.
¿Y a cuento de qué viene esto hoy? Porque tal que un 28 de febrero de 1510, a Juan de la Cosa le pusieron a criar malvas unos indios de la selva colombiana en lo que hoy es Turbaco, en Colombia; unos cuantos dardos envenenados con curare y se acabó eso de seguir trazando mapas y también todo lo que se tercie. Porque Juan de la Cosa era navegante y cartógrafo, sin duda uno de los mejores —por no decir el mejor— de la época. En su haber, el primer mapa del mundo que mostraba los territorios descubiertos a comienzos del siglo XVI.
Santoñés de nacimiento —eso se cree— y miembro de la segunda expedición de Colón a América y muy posiblemente también de la primera —todavía hay polémica acerca de si figuraba o no como maestre de la Santa María junto al genovés o de donde fuera, que esa es otra. Unos dicen que sí y otros, lo contrario—, entre los años 1499 y 1500 organizó su propia expedición a ver con qué se encontraba por las costas de Guayana y Venezuela, en la que contó con la compañía, entre otros, de Américo Vespucio, después de hacer aquel genovés su tercer viaje al otro lado del Atlántico. Fue al regresar de aquel viaje suyo cuando elaboró para sus Católicas Majestades el primer mapa en el que aparece el continente americano. La fecha de la obra —y para la historia—, 1500, y el lugar, el Puerto de Santa María; mapa en el que reflejaba los resultados de los sucesivos descubrimientos de Colón, Vasco Da Gama, Pinzón, Cabral, y Juan Caboto. Por cierto, que Colón le tenía un tirria que te rilas a de la Cosa por eso de ser mejor cartógrafo que él. Incluso le llegaron a oír en uno de sus viajes algo así como «que traydo a estas partes la primera vez, e por honbre abile él le avía enseñado el arte del mar e que andava diziendo que sabía más quel». Que no le podía ver ni en pintura, vamos, aunque confiara —como tonto— en su pericia como cartógrafo.
Aún participaría en varios viajes más a lo que hoy son Venezuela, Colombia y Panamá entre 1500 y 1508; y uno a Lisboa en 1503 de parte de la mismísima reina Isabel para husmear en qué diantres estaban metidos los portugueses con aquello de sus Indias. Los portugueses le pescaron con el carrito de los helados y si no llega a ser por la reina, muy posiblemente no se hubiera escapado de irse para el otro barrio. De eso, como dije antes, se encargaron las flechas untadas con curare de los indígenas.
Eso sí, una vez puesto de la Cosa a criar malvas, a su viuda le concedieron una pensión y la suma de 45.000 maravedíes —unos 4.500 euros actuales, a los que hay que meter la inflación y todo eso—, por los servicios de su marido a la Corona. Lo que no estaba mal por aquellos tiempos en que se mataba por una bolsa de unos míseros maravedíes.
Y así fue la cosa. La de Juan y su apellido.