Camino del segundo café -el primero apenas le hizo efecto-, se sienta en el borde de la cama mirando a través de la ventana, por la que atisba el infierno. 26º le informa la pantalla de su terminal móvil. Siete y media de la mañana. La ducha tampoco surtió efecto. Ni con agua fría. Demasiado calor, demasiados días con calor. Demasiado cansancio, demasiado sueño. De cuando en cuando los ojos se le cierran. Viernes, final de semana. Final de un trayecto que se ha revelado duro, muy duro. Ni siquiera está vestida. Apenas tiene ganas de hacerlo a pesar de que la camiseta -blanca, sin dibujos ni letras. Muy ligera- y el pantalón corto esperan su decisión. Los dejó anoche preparados en el respaldo de la silla. Retira la vista de la ventana para centrarla en la ropa. Tiene que vestirse. Resopla y hace ademán de levantarse. Es necesario. El trabajo, las malas caras cuando llega con retraso, y tal. Sin embargo, recibe una notificación en su teléfono móvil. Es él. El que tanto la echa de menos, el que desea que pasen las próximas horas lo más rápido posible para estar juntos de nuevo. Le manda un enlace a través del WhatsApp. Lo abre. Y sonríe. Es especialista en eso, él. En sacarle una sonrisa por difíciles que sean las cosas, por complicada que esté la situación, por duro que sea el momento, la distancia, la separación.
—«Esta noche la bailaremos con una cerveza en la mano. ¿O no te apetece?».
Su sonrisa se agranda al leer la frase que acompaña al enlace, cuyo contenido comienza a sonar a través de los altavoces del pequeño terminal móvil. Y conforme aquél avanza, ella canta. Se sabe la canción de memoria. Una de sus preferidas. De pronto, todo se torna distinto, más fresco. Como si, en lugar de contemplar un basto horizonte de tejados y antenas que en nada el sol abrasará, tuviera el mar delante. Ese mar al que juntos se lanzarán esta noche para, después, dejar que la noche se ocupe de ellos.
—«Red, red wine, goes to my head, makes me forget that I still need her so…».
Y sigue cantando mientras se enfunda los pantalones sin perder la sonrisa. Ya ni siquiera le hará falta el segundo café ni nota los efectos del sueño, ni mucho menos se siente cansada. No hay mejor vitamina para afrontar el día que saber que alguien te echa de menos y te espera. Y ella sólo espera que el día pase lo más rápido posible. La noche los espera.