La ventana del día

Se sienta junto a la ventana, abierta de par en par, en una esquina de la cama. Taza de café en mano —humea. Acaricia la taza aprehendiendo su calor. El fresco de la mañana se cuela a través de la ventana—, otea un horizonte insustancial. Una mujer que escurre el mocho de la fregona en una terraza, voces que salen de otras ventanas abiertas, un claxon perdido. Ella, porque es ella, sonríe abstraída, navegando con su mente por otros universos a donde sólo ella puede llegar; a escenarios donde la vida se revela como ese mar en el que zambullirse y surfear sus olas como si fuera a escaparse, gota a gota de manera irremediable, por un caño sin fin. Ella es lo que ve con su mirada glauca, impregnada de los recuerdos, de las experiencias, de las ensoñaciones que le despierta ese botón imaginario que acaba de accionar, café en mano, y que le hace extraer de ese lienzo tan insípido como el que tiene ante sí un mundo de imágenes que le insuflan de la energía necesaria para encarar el día.


Al cerrar la ventana, ella resopla y sonríe. Vivir y querer vivir la vida como ella quiere es así de simple.

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