Se prometió no volver a besar nunca más los labios que le podían. Esos labios… Los saboreó sin que ella supiera que era la última vez que él los besaba. Tres meses llevaban así, alargando una agonía sin sentido.
—Yo te quiero… —le dijo ella una semana antes. Lo dijo porque lo creía y sentía.
—Y yo también… —contestó él sintiéndolo, pero sin creerlo.
Ambos sentían lo mismo, pero sólo una creía en algo que trascendía su alma. Por eso ese momento era el último. No habría más besos ni más caricias con ella.
—Hay amor…. —trató ella de convencerlo.
—Es un error —replicó él.
—…Amor… —articuló ella con la voz entrecortada y las primeras lágrimas bañando sus ojos.
—Fue —sentenció él con pesar y la pena impresa en el rostro.
Al último beso le siguieron explicaciones, lágrimas amargas y excusas que sabían a adiós. Y volvió a repetir el mismo verbo. Porque fue eso, el último beso, la última conversación, el último café. La dejó en el bar donde se despidieron con silencios para no volver a verse jamás y regresó a casa, donde le recibieron otros labios que ansiaban su calor; labios que callaron aun sabiendo y que sólo esperaban recuperar el calor que los daba vida. Labios que le supieron como el primer día que los besó.