El puto amo, sin exagerar ni un ápice. O uno de los putos amos —unos cuantos ha habido a lo largo de la historia— que gastó su vida al servicio de su rey. En su caso, dos: Carlos I de España y V de Alemania, y su hijo, Felipe II.
Porque Cristóbal de Mondragón llegó a ser la persona que más mandaba en el ejército de Flandes, o sea, el capitán general en un avispero de los gordos. Al contrario que Fernando Álvarez de Toledo, el gran duque de Alba, cuyo recuerdo levanta sarpullidos por aquellas tierras, Cristóbal puede presumir de tener no de una sino dos calles a su nombre —la Mondragonstraat— en Groenlo y en Maastrich. Ahí es nada.
Quizá el respeto que se le tiene lo explique el hecho de que mandó durante más tiempo a valones de los tercios —originarios de la Valonia, vamos— que a españoles. De ahí el apodo de El coronel con el que se conoce al, en su momento, soldado más famoso de toda Europa. Basta con echar una mirada a la ingente cantidad de documentación que existe, a los numerosos grabados, para darse cuenta del tamaño de su figura. Gigante no, lo siguiente.
De complexión fuerte, de gran estatura y reputación intachable, la de Mühlberg fue hors categorie —fuera de categoría—, que dicen en mi pueblo: eso de lanzarse espada en boca a un río que llevaba unas prisas como para darte un baño, nadar como buenamente se podía hasta la altura de unas barcas que hacían falta para montar el puente con el que salvar la corriente, y regresar con ellas sin un rasguño, es de ovación y vuelta al ruedo. Normal que, como recompensa, le soltaran una buena pasta —cien ducados—, un ascenso a alférez y unas cuantas prendas lustrosas, que en aquellos tiempos lo de la ropa era un bien escaso entre la soldadesca, más dada a rapiñar entre los contrarios cualquier cosa que éstos ya no necesitaran una vez puestos a criar malvas.
Luego, ya en Flandes, de él se pueden contar miles: desde la defensa de villas como Lieja o Deventer por orden del duque de Alba, atacadas por piratas holandeses, así como también la de Amberes o Goes, por citar otras.
Con el tiempo acabaría siendo el Maestre del Tercio Viejo, que después llevaría su nombre, Tercio de Mondragón; y aún tuvo tiempo de ganar una batalla, la del río Lippe, en 1585, con casi ochenta años —que esa es otra— tirando de espionaje que ni Bond en sus mejores películas.
El 4 de enero de 1596 se fue para el otro barrio. Unos dicen que con 92 palos y otros con 82. ¿Por qué? Porque no hay certeza de si nació en Medina del Campo, la de las ferias, bien en 1504, bien en 1514. Lo que está claro es que nació, eso sí; y vivió para convertirse en un soldado de leyenda. Que no es poco.