Otro personaje. O pájaro; que de esos anda sobrada esta novela. Chambelán de Juan Federico de Sajonia, dirigió a su ejército tras caer herido el mariscal Wolf von Schönberg. Ahí comenzó a mascarse la tragedia para ellos, oé oé.
Claro que, para empezar, sobre este particular hay distintas versiones: que si Wolf von Schönberg se acojonó —dicen unos—por la proximidad de las tropas imperiales, y adujo unos dolores en una pierna para no levantarse de la cama el día de la batalla; mientras otros defienden que fue herido al comienzo de la batalla y, como consecuencia, tuvo que abandonar a sus hombres por la imposibilidad de seguir luchando. Sea como fuere, la cosa es que el mando de las tropas de Juan Federico recayó en von Ponickau, que de números y control de la casa de su señor iba más que sobrado, pero lo que es dirigir a un ejército… Por eso pasó lo que pasó.
Por poneros en antecedentes, el tipo era de condición noble, y rápidamente pasó al servicio de Juan Federico de Sajonia como su chambelán. Un fulano conciliador, que ahorró más de uno y de dos disgustos a su señor mediando entre unos y otros en favor de sus intereses, hasta llegar a lo de Mühlberg.
Como decía, Wolf von Schönberg era el mariscal de campo de aquel príncipe elector, pero la imposibilidad de seguir liderando las tropas de Juan Federico por las razones que ya he expuesto obligó a este príncipe a poner sus tropas en manos de la persona en la que más confiaba.
Y en esas se vio von Ponickau: sin formación militar, ordenó una retirada que fue un puro dislate. Artillería por un lado, caballería por otro, intendencia por el de más allá. Un vodevil. Todos ellos entorpeciéndose en la retirada; a lo que hay que unir que, ese día, a Juan Federico de Sajonia se le antojó montar a caballo en lugar de desplazarse en carro como solía ser habitual en él. Por eso de la dignidad. Para colmo, lo hizo vestido con su armadura, que pesaba un quintal y medio, por aquello de las hostialidades desatadas. Desde aquí mi reconocimiento y homenaje póstumo al caballo que tuvo que soportar tan pesada carga en jornada tan aciaga tanto para él como para tan peculiar jinete.
Para rematar el asunto, von Ponickau también desconocía el terreno por el que debían escapar. Malamente, tra, tra.
Total, que Hans von Ponickau, una vez capturado su señor Juan Federico, se marchó por patas a Wittemberg con tal de salvar el cuello. Una vez allí, y ya más tranquilo el sarao tiempo después, se unió a las huestes de Mauricio de Sajonia, que años más tarde se la liaría parda al emperador, como ya he contado en el análisis del susodicho.
Por cierto, que Juan Federico culpó siempre a Hans von Ponickau de la huida tan vergonzosa de sus tropas, que acabó con el ejército del príncipe elector casi exterminado, y con el mismo Juan Federico en la trena durante una temporada por cortesía del emperador Carlos V.