Hay personajes que, por las razones que sean, adquieren un mayor protagonismo en las novelas que uno escribe. Personajes en principio accesorios, sin más razón de ser que servir de apoyo a uno principal en algún momento puntual, pero que se ganan el protagonismo a base de hacerse valer.
Uno de esos personajes es Juan Ortuño.
Confieso que tenía reservadas dos o tres escenas para él a lo largo de la novela, y puede que sea muy generoso. Sin embargo, la deriva de la historia y, por qué no decirlo, sus ganas de otorgarse un papel mucho mayor del inicialmente previsto lo convirtieron en un personaje que, si bien no es principal, sí alcanzó un grado de protagonismo mucho mayor del que pensé para él.
Personaje ficticio, veterano de guerra y lisiado —arrastra una notoria cojera—, es un tipo de cuya edad se cruzan apuestas en los campamentos que sirvió al duque de Alba en sus campañas europeas, hasta que una bala de arcabuz le apartó de los campos de batalla. Ello le valió para desenvolverse de una manera más que aceptable en alemán, idioma del que don Fernando Álvarez de Toledo poseía buenas nociones, aunque siempre prefiriera ser auxiliado en la materia.
Un inválido más, un tipo condenado a maldecir su desgracia, a vagar por las calles de cualquier ciudad mendigando un currusco que mitigara su hambre de no ser porque el duque nunca dejaba tirado a nadie, y menos a sus soldados. Sus señores soldados, como siempre los llamó. Indispensables para él. Cuestión de honor, de valores.
Juan Ortuño, insisto, tenía reservado un papel residual en Mühlberg, apenas iba a aparecer en el comienzo, durante la conversación que el duque mantiene en su tienda con Norbert Bachmann. Y ya. Pero, como digo, luchó por granjearse más protagonismo del reservado para él de manera inicial, y lo obtuvo. Por eso se le puede ver en más escenas compartiendo protagonismo con Cristóbal de Mondragón, con Barthel Strauchmann, con el mismísimo emperador Carlos V; mostrando sus sentimientos, sus temores; no pudiendo ocultar la sonrisa que le provocan ciertos comentarios del duque de Alba aderezados de un humor negro marca de la casa.
Un personaje residual sobre el papel que se ganó el protagonismo que ansiaba. Y bien ganado que lo tiene.